Libia, un infierno sin fin

Oussama Omrane es de Túnez y trabaja como mediador cultural a bordo del MV Aquarius, el buque de búsqueda y rescate operado conjuntamente por MSF y SOS Méditerranée. Oussama recuerda la terrible experiencia de Jonathan, de 17 años, rescatado en uno de los últimos salvamentos.

Oussama Omrane es de Túnez y trabaja como mediador cultural a bordo del MV Aquarius, el buque de búsqueda y rescate operado conjuntamente por MSF y SOS Méditerranée. Oussama recuerda la terrible experiencia de Jonathan, de 17 años, rescatado en uno de los últimos salvamentos.
 
"Acabábamos de terminar el rescate. Teníamos un momento de respiro antes de volver al trabajo. Estaba muy contento, la operación se había desarrollado bien, no habíamos tenido problemas, lo necesitaba de verdad. En mi anterior misión en otro de los barcos de búsqueda y rescate de MSF habíamos empezado a sentir que estábamos abonados a la muerte: aparte de rescatar a gente de balsas atestadas y precarias, hubo ocasiones en las que tuvimos que recuperar los cuerpos de quienes habían muerto durante el viaje.
 
Afortunadamente, desde que embarqué en el Aquarius, las cosas estaban yendo bien. Nuestro equipo de MSF y los compañeros de SOS Méditerranée están haciendo una gran labor y el trabajo en equipo es excelente. Tras el rescaté, bajé de la lancha, volví al barco y comencé mi ronda habitual entre nuestros huéspedes. Charlando con ellos conocí a Jonathan, un adolescente nigeriano de 17 años.
 
La primera cosa de la que me percaté fue la enorme cicatriz que tenía en la muñeca. Empezamos a hablar de todo y de nada: desde la Copa Africana de Naciones de fútbol hasta su viaje a través del Mediterráneo. Confió en mí y decidió contarme su historia.
 
“Es una historia muy larga”, me advirtió. “Lo que he sufrido es inimaginable para un chico de mi edad”.
 
Lentamente, Jonathan comenzó a abrirse poco a poco. Desgraciadamente, no había podido estudiar porque su familia era pobre. Creció casi sin madre; su padre falleció hace un año.
 
“Estaba fuera cuando murió mi padre, en Marruecos. Dejé Nigeria hace más de tres años. Intenté sobrevivir vendiendo tomates pero al final no pude aguantar”. Siguió los pasos de algunos compatriotas que dejaron Marruecos para irse a Libia. Así comenzó una fase aterradora de su vida.
 
“Fui a Sabrata y empecé a trabajar como conserje, pero entonces me encontré atrapado en un infierno sin fin. Un día, en la calle, un grupo de gente malvada me golpeó y me robó. Eran libios. Pero no fue suficiente para ellos, me raptaron y me tomaron como rehén durante casi dos meses”.
 
 
 
Sus ojos empezaron a humedecerse mientras me hablaba. Parecía perdido y miraba hacia el vacío a través de mí. Jonathan suspiró, paró de hablar por un momento para seguir después con más rabia: “Me llevaron a un edificio que tenía un gran patio trasero, me encerraron en una habitación donde seríamos unas 70 personas, apenas podíamos respirar, solo había un pequeña ventana".
 
Jonathan continuó describiendo lo que había padecido, trató de recordar todos los detalles, imitaba los gestos de sus secuestradores…
 
“Todos los captores tenían Kaláshnikovs, entraban en la habitación, cogían a algunos de nosotros y empezaban a golpearnos. Cuanto más alto gritases más fuerte te pegaban. A veces disparaban al techo para asustarnos. Nos pedían dinero y si no tenías nada te insultaban y te maldecían”. 
 
Escuché a Jonathan y traté de imaginarme lo que había sentido pero, llegado un punto, no pude. Incluso cuando crees que eres fuerte, hay un momento en que no puedes soportarlo. "Me golpeaban cada dos días, con las manos, con las culatas de sus armas y con porras de goma. Pasaron los días y aumentaron la intensidad de los malos tratos; empezaron a quemarme con cigarrillos y después con un soplete. Tu única defensa eran tus lágrimas”.
 
En algún momento, Jonathan enrolló las mangas de su chándal y miró fijamente las cicatrices que tenía en las muñecas. Siguió observándolas durante un buen rato y luego se volvió hacia mí.
 
“No les vi venir cuando me apalearon, fue uno de los peores días de mi vida. Cuando me quise dar cuenta estaba en el suelo. Habían atado un alambre alrededor de mis muñecas y tobillos. Estaba muy apretado. Era una presa fácil para su sed de sangre, me golpearon y me quemaron sin cesar".
 
Tal y como me narraba lo que había pasado me enseñaba las cicatrices de su cuerpo. Jonathan permaneció atado en el suelo durante horas. Y aunque ahora está a salvo en nuestro barco, sigue sufriendo. Tiene lesiones en el tobillo izquierdo y le cuesta caminar.
 
El caso de Jonathan es solo una gota en el mar de historias que escuchamos a bordo. Una triste crónica de un día cualquiera en el Aquarius."
 

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