Hace muchísimo calor en Liberia

Tuve un día terrible. Dos entradas en la zona de alto riesgo, tratando de hacer todo por mis ayudar a mis pacientes en su lucha contra esta terrible enfermedad que los consume. Tardamos mucho más tiempo en cualquier tarea aquí, pues el equipo de protección que nos mantiene a salvo hace que las tareas más sencillas se vuelvan complicadas. Veinte minutos en establecer una línea intravenosa para un paciente que, en obvio choque hipovolémico por el vómito y diarrea agoniza en su cama.
 
Un hombre alto y fuerte que hace apenas unos días cuidaba de sus tres hijos como único sostén después de que su esposa falleciera llegando a nuestro centro. Y hoy no tiene fuerzas ni para sentarse, grita de dolor cuando toco su abdomen y en sus ojos puede leerse la desesperación de saber que en la cama de al lado, el más pequeño de sus hijos agoniza también. Hice absolutamente todo lo posible. Y aun así, salí sabiendo que sería la última vez que lo vería con vida. Afuera, en nuestra casa de huéspedes lo esperan sus otros dos hijos. Los dos niños mejor portados que he visto en mi vida, y a los que vigilo de cerca por que lamentablemente también están en la lista de contactos a pesar que aún no presentan síntomas. No sé cómo voy a decirles que su padre está muriendo y que están a punto de quedarse completamente solos en la vida, sabiendo que si aunque no presentan síntomas, será difícil que otro familiar los acepte en su casa por miedo a que lleven la enfermedad consigo.
 
 
Me siento un momento y enciendo mi computadora buscando aislarme un momento de esta realidad terrible. Facebook, ¿por qué no? siempre funciona buscar consuelo en los comentarios de mis amigos, buscar sus sonrisas en sus fotos, leer sus historias más felices que la mía. Y lo que encuentro casi me tira de la silla. Más de uno de ellos postea las “noticias” más absurdas e inclusive peligrosas que puedo imaginar. Según algunos el Ébola no existe. Es una mentira de los gobiernos occidentales, o en otros casos, un plan para acabar con los habitantes de África. No falta el que postea que somos nosotros, los trabajadores de ONGs internacionales los que por medio de una “vacuna” inyectamos la enfermedad en nuestros pacientes. Y es gente preparada e inteligente la que comparte esta información para que todos sus contactos se enteren de que todo es una farsa y que, o en Liberia no está pasando nada fuera de lo normal, o que se trata de un plan macabro del Occidente para quedarse con sus riquezas.
 
Lo que siento no tiene descripción. No puedo creer que el mundo esté pensando esto de mi lucha. De la lucha de los enfermeros nacionales que llevan más de 6 meses arriesgando su vida para salvar a sus compatriotas, de la lucha de mis pacientes que se debaten a diario por su vida, de niños solos en salas de aislamiento, de madres llorando a sus hijos, familias enteras destruidas por este virus, en las que los afortunados sobrevivientes no tienen ni el privilegio de enterrar a sus muertos. Los muertos que yacen en nuestro gigantesco cementerio, con solo una tablita para distinguir una tumba de la siguiente.
 
¿Qué más puedo decir que convenza a la gente en casa de que esto es completamente real? ¿Cómo es que la gente que publica estas mentiras no se detiene a pensar en lo peligroso que es convencer a la gente de que no tiene que tomar precauciones pues el virus del Ébola no existe? Aquí, todos los días el equipo de Promoción de la Salud sale a las aldeas a tratar de convencer a la gente de que ésta es una amenaza real para intentar frenar el avance de la terrible enfermedad, y lo están logrando. Pero mirando los mensajes de Facebook me pregunto seriamente qué equipo tendrá que ir a mi país a explicarle a mi gente que el Ébola es real. 
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