Idomeni: la sombra de Alepo

Conor Kenny, médico irlandés de MSF, describe el devastador impacto de la guerra en Siria en el campo de refugiados de Idomeni en Grecia.

Por Conor Kenny, médico de MSF en Idomeni.
 
Aún estaban a varias decenas de metros de nosotros, pero desde dentro del hospital de campaña ya se podían escuchar perfectamente sus gritos de dolor. Cuatro hombres jóvenes lo transportaban en una manta térmica de color oscuro mientras él lloraba y se retorcía como si les estuvieran torturando. 
 
Estaba claro que nos encontrábamos ante una emergencia, así que lo trasladamos inmediatamente a la mesa de exploración. Al principio creí que se podía tratar de una piedra en el riñón o de una perforación en alguna parte del intestino, pues ambas cosas pueden llegar a ser muy dolorosas y su nivel de angustia era enorme. Sin embargo, mientras le hacía la exploración de las vías respiratorias, me di cuenta de que estaba tratando de tragarse su propia lengua y de que contenía la respiración al mismo tiempo para tratar de ahogarse. 
 
Sus niveles de oxígeno comenzaron a caer. Sus amigos lo sujetaban por sus extremidades para controlar la fuerza de sus patadas y de sus acometidas, impidiéndole que golpease los objetos que había en el área clínica y tratando de evitar que se provocase daños importantes a sí mismo. 
 
 
Era imposible calmarlo. De hecho, cuanto más nos esforzábamos, más nervioso se ponía. No paraba de gritar de forma complemente incoherente y su agitación crecía pro momentos. Pasó mucho tiempo hasta que logramos hacernos con él. 
 
Más tarde, cuando las cosas se tranquilizaron un poco, sus amigos le explicaron a nuestro mediador cultural que el joven Hamza, de 22 años*, había recibido una terrible noticia apenas unos minutos antes de que lo trajeran a la clínica: al parecer, su hermana había fallecido en el ataque aéreo en Alepo, Siria. Y él, que se encuentra atrapado en Idomeni, se encontraba tan afligido por el dolor que comenzó a intentar autolesionarse gravemente.
 
Cuando llegué aquí, una situación así me habría sorprendido, o al menos me habría causado cierta perplejidad. Pero ya no. 
 
Esta no es la primera vez que MSF ha tenido que tratar en Idomeni a un paciente que sufría una devastadora reacción física a los bombardeos que se están produciendo en Siria. Por ejemplo, tenemos a una señora de 68 años de edad, también procedente de Alepo, que acude a menudo a nuestra clínica a causa de los frecuentes desmayos que sufre tras haber perdido a un familiar en los bombardeos de finales de abril. Nuestras investigaciones no han revelado ninguna causa médica para estos episodios.
 
Del mismo modo, conocemos el caso de un niño de siete años que sigue sufriendo incontinencia urinaria cuatro meses después de haber presenciado cómo su padre moría alcanzado por el disparo de un francotirador y que también está “médicamente sano”. Le hemos programado una cita con nuestro equipo de psicólogos y vamos a prepararle un paquete de ropa y pañales para dárselo a sus familiares.
 
 
Sin embargo, resulta evidente que existe un importante problema subyacente. Como médicos del hospital de campaña de Idomeni, mis colegas y yo nos vemos cada vez con mayor frecuencia tratando el impacto psicológico que provocan los bombardeos en Siria. La gente no deja atrás estas experiencias cuando huye de sus hogares para tratar de poner a salvo su vida; es imposible escapar de algo así. El recuerdo los persigue como si fuera una sombra.
 
Las personas que atendemos han conseguido escapar de zonas de guerra, donde en estos momentos el bombardeo de civiles y hospitales resulta habitual. Una realidad brutalmente constatada, una vez más, a lo largo de la semana pasada en Alepo. Y tras esa huida, ahora deben enfrentarse a un nuevo reto en Idomeni. 
 
Este asentamiento informal establecido en el norte de Grecia, en la frontera con la Antigua República Yugoslava de Macedonia, se erigió en torno a una estación de tren dedicada al transporte internacional de mercancías y alrededor de un matadero de ganado. En él malviven desde hace varios meses más de 10.000 refugiados y migrantes que se encuentran en una situación de constante temor: por un lado tienen miedo a lo desconocido, y por otro lado sufren permanentemente ante la posibilidad de recibir en cualquier momento la peor de las noticias desde su hogar.  La angustia y la frustración son siempre palpables en todos ellos. ¿Alguno de sus seres queridos será víctima de un bombardeo en Siria? ¿Serán enviados de vuelta al infierno del que tanto les ha costado escapar?, ¿por qué Europa, esa tierra que todos creían de acogida, les está dando la espalda de esta manera? 
 
En el caso de Hamza, tuvimos que administrarle relajantes musculares. Una solución extrema que solo utilizamos cuando ya no nos quedan más recursos. Se estaba provocando daños físicos graves y había muchas mujeres y niños pequeños a su alrededor, así que no tuvimos elección. Lo mantuvimos en la clínica en observación durante algunas horas y después lo derivamos a uno de nuestros psicólogos. 
 
Espero que se ponga bien. Pero si he de ser sincero, no sé qué será de él con el paso del tiempo. Nadie sabe lo que va a pasar con él, o con cualquiera de las personas confinadas en Idomeni. Están atrapados en tierra de nadie y muchos sienten que en Idomeni están “muriendo como en Siria, pero más lentamente”. 
 
 
 
 
Compartir

Relacionados

Colabora