La anatomía de un rescate

Courtney Bercan es una enfermera de MSF que está trabajando con MSF a bordo del Dignity 1, uno de los barcos de búsqueda y rescate de la organización en el mar Mediterráneo.

Courtney Bercan es una enfermera de MSF que está trabajando con MSF a bordo del Dignity 1, uno de los barcos de búsqueda y rescate de la organización en el mar Mediterráneo. 
 
"Todavía está totalmente oscuro cuando me despierta una alarma que suena como una sirena. Estoy desorientada y me toma un momento recordar en dónde estoy y por qué está sonando una sirena. Miro mi teléfono: son las 4:34 am y recuerdo que estoy a bordo del barco de búsqueda y rescate de MSF, el Dignity 1. 
 
La alarma es señal de que hemos recibido una llamada de auxilio de uno o de más botes que salieron durante la noche para intentar cruzar el Mediterráneo, de Libia hacia Italia. Nos dice también que tenemos unos 20 minutos para prepararnos e ir a nuestros lugares para poder responder a la llamada de auxilio.
 
Me apresuro a vestirme, me pongo mi traje de seguridad y salpico agua en mi rostro. Este es mi primer rescate y estoy tan nerviosa pensando en todo lo que podría salir mal que tengo ganas de vomitar. Recibo una sonrisa tranquilizadora por parte del logista y me dice “Es hora. Esta es la razón por la que estás aquí.” Y sé que tiene razón. Tenemos todos los suministros, estamos organizados y preparados para realizar un rescate seguro. 
 
Me dicen que la endeble barcaza blanca que con dificultad puedo distinguir a la distancia lleva alrededor de cien personas a bordo y que hay varios botes más en la cercanía. Me siento inesperadamente abrumada cuando veo a los refugiados en el bote, encaramados y sin chalecos salvavidas. He visto tantas imágenes de estos botes que no pensé que me afectaría tanto. Está muy oscuro, todo que lo que se necesita es una ola para que el bote lleno de gente sea engullido por el mar; la única prueba de que alguna vez estuvieron allí sería algo de plástico y botellas de agua flotando. Es un pensamiento verdaderamente aterrorizador y me siento mucho más tranquila cuando veo a nuestra tripulación distribuyendo chalecos salvavidas a todos para después subir al primer grupo de rescatados a bordo de nuestro barco.
 
Los hombres se están formando para registrarse y recibir provisiones, unos están débiles o a punto de desmayarse cuando llegan a nuestro barco, pero nadie está gravemente enfermo. Cuando todos están a bordo, el sol está comenzando a salir. Durante uno de mis momentos libres, converso con uno de nuestros nuevos huéspedes. Cuando vimos su bote por primera vez parecía estar alejándose de nosotros, por lo que le pregunté si estaban intentando evadir nuestro barco y por qué. Él me respondió:
 
“Algunos de nosotros estábamos muy asustados. Pensamos que nos iban a disparar. No sabíamos qué hacer. Estábamos aterrorizados.”
 
Cuando escucho eso entiendo perfectamente por qué la gente colapsa cuando sube a nuestro barco: pasan de experimentar terror a sentir un alivio incomparable y eso es demasiado como para que una persona deshidratada, con mareos y con insolación pueda procesar y aceptar. 
 
Él continúa su historia y me dice que dejó su país hace un año para escapar de una vida difícil allí. Cuando llegó al otro país le confiscaron sus papeles y fue obligado a trabajar en condiciones de esclavitud. Me muestra las cicatrices que tiene debido al abuso que sufrió en su “último trabajo”. ¿Acaso se considera que es un trabajo aunque estés retenido en contra de tu voluntad y te paguen de forma esporádica?, me pregunto. El hecho de que él tuviera miedo de que nosotros fuéramos a disparar de pronto cobra mucho sentido.
 
Llegamos a otro bote con unos 100 pasajeros y en este viajan alrededor de 20 mujeres y niños. Las mujeres comienzan a abordar nuestro barco y mi trabajo en ese momento es registrarlas, identificar a cualquier menor no acompañado y a los pasajeros que puedan necesitar atención médica. Intento sonreír y hacer contacto visual con todas las mujeres y los niños mientras los registro, puedo ver que aún están asustados e inseguros y quiero que sepan que no deben estarlo. 
 
Una mujer colapsa al entrar al área de espera de las mujeres, y mi colega la ayuda a sentarse y a comer y beber algo. Le colocamos un brazalete blanco en su muñeca para señalar que necesitamos hacerle una evaluación más exhaustiva tan pronto como todos suban a nuestro barco. La siguiente mujer entra y está cargando algo pequeño. Mi corazón late más rápido. Si los hombres que llegan al barco están colapsando, ¿en qué condición encontraremos a esta bebé? Destapo su cara y noto que está respirando y respondiendo normalmente. Siento una oleada de alivio. La pequeña tiene 10 días de edad y ya ha pasado por mucho.
 
El proceso de subir a bordo del Dignity 1 a las personas que viajan en cuatro botes más continúa durante toda la mañana mientras que el equipo médico (un doctor, otra enfermera y yo) estamos en el hospital del barco atendiendo a los pacientes más críticos. Para mediodía, la cuenta final de pasajeros es de 466 personas. Mi colega Antonia y yo completamos un examen médico general de todos los pasajeros del Dignity y referimos los casos más urgentes al hospital para que sean atendidos inmediatamente por Pierre, nuestro doctor. Esto implica que ya tomamos la temperatura, realizamos el triaje y hablamos con todos los pacientes a bordo. Después del examen general, nos reunimos con Pierre en la clínica y comenzamos a atender a los pacientes.
 
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Hoy hay mucho estrés emocional, deshidratación, condiciones dermatológicas y mareos provocados por el viaje en mar pero, afortunadamente, nadie está en una condición lo suficientemente crítica como para que nuestro equipo tenga que atenderlos en este limitado ambiente médico. Nos encontramos con un paciente a quien, durante el triaje, le identifiqué síntomas muy vagos y una temperatura de 38.5 grados. 
 
El doctor lo invitó a recostarse y tuvo dificultades para hacerlo. Podemos notar que sufre dolor. Él habla francés y, aunque nos estamos comunicando en francés, parece que no entiende lo que estamos diciendo o lo entiende pero no puede expresar qué está mal. El señala todo su cuerpo cuando le preguntamos en dónde le duele, pero no parece ser capaz de expresar nada más. Súbitamente este joven rompe en llanto y comienza a hablar. Nos dice que estuvo cautivo y fue forzado a trabajar en Libia durante los últimos meses; que fue torturado durante este tiempo y, para probarlo, nos muestra sus numerosas cicatrices. 
 
La paliza más reciente que sufrió lo dejó con un severo dolor en las costillas [probablemente una combinación de costillas fracturadas, neumonía y hemotórax (una acumulación de sangre en los pulmones)] y además sufre una completa agonía física y emocional. Por como están las cosas, no puedo decir qué lo está afectando más. Esta es la primera vez que ha recibido atención médica por su condición. Miro, completamente impresionada, cómo nuestro doctor Pierre logra calmar a este joven mientras le realiza un examen completo, escucha su historia y prepara los medicamentos que el paciente debe tomar. Él sale caminando de nuestro hospital mucho más esperanzado que cuando entró.
 
Seguimos atendiendo pacientes durante el resto del día y la tarde mientras que el mar cada vez se ve más agitado. Hago una ronda y llevo medicamentos para las náuseas a nuestros pasajeros antes de ir a dormir, puedo ver que todos (la tripulación y nuestros huéspedes) estamos aliviados de que el día haya terminado sin muertes y sin ninguna emergencia mayor. Estamos listos para dormir.
 
A la mañana siguiente realizo una ronda en el área de espera de las mujeres y todas parecen estar bien. Me detengo para platicar con una mujer que tiene a un bebé de cuatro meses con ella. Él está sano y vivaz, y le hago saber a su madre lo hermoso que es su pequeño bebé. Ella sonríe, esta consciente de ello. Me acerca a ella y susurra “Il etait jumeau...”.  “¿Él tenía un gemelo? ¿qué pasó con su hermano?, pregunto automáticamente. Ella niega con la cabeza y veo lágrimas correr por sus mejillas. Ella no quiere hablar de ello, pero dice que espera que el hijo que le queda pueda tener más oportunidades que el que murió.  Yo también espero lo mismo. 
 
Más tarde, una mujer se acerca a mí para decirme que cree estar embarazada. Le hacemos una prueba y Pierre le informa que no está embarazada. Parece muy aliviada por la noticia y le comenta al doctor que ella no quería estar embarazada porque el bebé hubiera sido el producto de una violación. Me siento con ella y registro los datos de la violación en un certificado médico que ella puede utilizar como lo desee, ya sea para presentar cargos contra la persona que la violó (algo bastante improbable debido a que su país actualmente está envuelto en una horrible guerra civil) o para mostrárselo a los trabajadores de salud mental en Italia y que así pueda conseguir, de ser posible, atención psicológica. 
 
Como parte de la atención que proporcionamos a sobrevivientes de una violación, les brindamos tratamiento contra enfermedades de transmisión sexual (ETS). La atiendo contra las ETS más comunes y le explico la importancia de una prueba de VIH. Ella ofrece nerviosamente su dedo para que yo pueda obtener una muestra de sangre y se sienta sin emoción alguna mientras esperamos los resultados. 20 minutos después puedo darle la buena noticia: su prueba da negativo y, dado el hecho de que ya pasó el tiempo para que el VIH sea detectado, puede considerarse que ella está libre del VIH. Una gran sonrisa se hace presente en su rostro y brinca para estrechar mis manos felizmente. Su felicidad es contagiosa. Ella comienza a brincar de felicidad y no puedo evitar unirme a ella. Ella me rodea con sus brazos y me da un hermoso y sincero abrazo. ¿Está de verdad es mi vida? ¿De verdad tengo el honor de hacer esta labor diariamente?
 
Seguimos viendo a los pacientes, muchos de los cuales parecen estar lidiando con demasiado dolor físico y psicológico. Las historias de trauma parecen explotar en nuestros pacientes y no se parece a nada que yo haya experimentado. Ver a un paciente por una simple infección en la piel se convierte en una historia sobre cómo el paciente vio a su hermano recibir un disparo  en Libia. Él dice que sabía que sería difícil hacerse una vida allí, su hermano se lo advirtió. Su hermano también le dijo que era posible sobrevivir si trabajabas arduamente. Cuando usó sus ahorros para ir a Libia y reunirse con su hermano, llegó justo a tiempo para verlo morir a causa de un disparo por parte de hombres que no pudo identificar. Él sólo seguía repitiendo: “No los conocía, no sé por qué lo hicieron. No sé por qué le dispararon a mi hermano”. Yo podía tratar su condición en la piel, pero aparte de darle el espacio y tiempo de hablar, no había mucho que pudiera hacer por este hombre que estaba de luto.
 
El mar estuvo agitado durante toda la noche y la mañana, pero ahora se está poniendo peor y el barco se mece incesantemente. La olas tiene 2 o 3 metros de altura. Nuestros pasajeros tienen mareos. Nosotros tenemos mareos. El hospital tiene 40ºC y no hay corriente de aire. La necesidad de mantenerse hidratado palidece fácilmente en comparación con la necesidad de vaciar mi estómago. Mi colega Antonia se ve verde, vomita y, admirablemente, de alguna forma logra regresar al trabajo. Yo tengo que salir del lugar para conseguir algo de aire y evitar vomitar. No estamos trabajando a nuestra máxima capacidad pero al menos hemos lidiado con todos los casos urgentes, con la atención prenatal e infantil; y decidimos realizar una ronda en la cubierta con medicamentos para combatir los mareos antes de tomarnos un descanso.
 
Nos turnamos realizando guardias durante la tarde para que los marineros que han dormido poco y han trabajado casi sin descanso durante los últimos dos días puedan descansar un poco, así que los demás nos vamos a dormir más tarde ese día. Temprano, a la mañana siguiente, llegamos a un puerto en Sicilia, Italia. Las tiendas de campaña de la Cruz Roja nos están esperando al igual que otras ONG’s, oficiales del gobierno italiano y un equipo médico.
 
El desembarcamiento de nuestros pasajeros nos lleva varias horas y se siente la impaciencia, los nervios y la alegría en el ambiente. Las mujeres cantan y juegan con sus hijos. Las personas intercambian su información de contacto y bromean y hablan unos con otros como si llevaran años de conocerse. Finalmente desembarca nuestro último pasajero y nos disponemos a limpiar el barco. Estamos cansados pero felices. Cada uno de nuestros 466 pasajeros llegó vivo a tierra firme."

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