Éxodo Sirio: El día que cayeron las bombas

Alia Mosa está postrada en la cama de un hospital del norte de Siria. Descubre sus pies, que están desfigurados. Hace un gesto para invitar a la conversación. “Fue a las cinco de la mañana. Lanzaron misiles y la casa quedó totalmente destruida. Mataron a cuatro de mis hijos.

Alia Mosa está postrada en la cama de un hospital del norte de Siria. Descubre sus pies, que están desfigurados. Hace un gesto para invitar a la conversación. "Fue a las cinco de la mañana. Lanzaron misiles y la casa quedó totalmente destruida. Mataron a cuatro de mis hijos. Yo resulté herida y una de mis hijas y mi marido sobrevivieron", cuenta la joven. Indignada, Alia promete que jamás volverá a Alepo, la principal ciudad del norte de Siria en la que vivía hasta ahora. Insiste en denunciar el ataque pero pide no ser fotografiada. En su cara se mezclan la necesidad de comunicar el dolor y el miedo a ser identificada: sentimientos contradictorios que debieron de causarle una extraña sensación de impotencia.

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