Líbano: “Al final del mes, no queda dinero para medicina”

Ahmed & his children

Estas son algunas de las historias que nuestros y nuestras pacientes han contado a nuestros equipos.

Desde finales de 2019, Líbano ha estado lidiando con su peor crisis económica en décadas, tensiones sociales y agitación política. Además de eso, y tras la llegada de la pandemia de COVID-19 a principios de 2020 una gran explosión arrasó con Beirut, la capital, en agosto.

Estas crisis sobrepuestas han exacerbado la vulnerabilidad de las personas y han empujado a miles a la pobreza. Todo esto se suma a una situación precaria y prolongada para las personas desplazadas. Este pequeño país alberga al mayor número de personas refugiadas per cápita del mundo. Durante el año pasado, el personal que trabaja en las clínicas de MSF ha observado un aumento de la vulnerabilidad entre nuestros pacientes.

Estas son algunas de las historias que nuestros y nuestras pacientes han contado a nuestros equipos.

Valle de Beeka, Líbano

“Al final del mes, no queda dinero para medicina”

 

Ahmed, de 34 años, es padre de cuatro. Él y su familia llegaron al Líbano desde Flitah, Siria, en 2015. Desde entonces, han estado viviendo en un asentamiento informal de tiendas de campaña en las afueras de Arsal, una ciudad al norte del valle de Bekaa, cerca de la frontera con Siria.

Hoy, Ahmed vino con sus dos hijas y su esposa a la clínica de MSF en Arsal. Su hija menor, Zeinab, de 18 meses, fue diagnosticada con anemia hace unos cuatro meses. “Se veía muy enferma. Estaba muy pálida y comía muy poco”, explica Ahmed. “El médico le recetó un suplemento de hierro y nos aconsejó que le diéramos más verduras y frijoles, ya que ya no podemos pagar la carne”. La anemia está relacionada con la deficiencia de hierro, y es común entre las personas que tienen un acceso limitado a ciertos tipos de alimentos, como la carne o los guisantes.

Ahmed solía ser pastor antes de llegar a Líbano. Debido al dolor de espalda, tuvo que dejar de trabajar, pero de vez en cuando ayuda a su tío a cuidar el rebaño en las montañas que rodean Arsal. Desde que la crisis económica golpeó a Líbano, la familia de Ahmed lucha cada vez más para comprar artículos básicos.

Antes, un kilo de carne costaba 17,000 libras libanesas, pero ahora cuesta alrededor de 60,000”, dice Ahmed. “Es lo mismo con el té, el azúcar e incluso vegetales como los tomates. Todo se ha vuelto al menos cuatro veces más caro y la situación no hace más que empeorar. Al final del mes, no queda nada para ropa, juguetes para los niños, ni para medicinas. Ahorramos todo nuestro dinero para la comida y el combustible, sobre todo ahora durante el invierno”. Arsal se encuentra a 1,500 metros sobre el nivel del mar. La nieve y las temperaturas bajo cero son bastante comunes durante los fríos meses de invierno.

Mientras Ahmed espera que sus hijas, Zeinab y Fatima (de 6 años), vean a un médico, su esposa Halima, que también tiene anemia, asiste a una consulta prenatal con la partera. Su quinto hijo nacerá en dos meses, y será una boca extra que alimentar con el presupuesto ya limitado de la familia. “Toda nuestra familia se beneficia de los servicios médicos en esta clínica, incluso mis padres, quienes padecen enfermedades crónicas. También vienen aquí para recibir tratamiento”, dice Ahmed.

Durante la consulta, el médico observa que el estado de Zeinab ha mejorado, pero que Fatima ha contraído una infección respiratoria. Las precarias condiciones de vida de la familia, un refugio hecho con bloques de cemento y láminas de plástico, probablemente contribuyeron al estado de salud de la niña. Sonriendo tímidamente, Fatima confiesa que le gustaría ser doctora cuando sea mayor. “Me preocupa el futuro de mis hijos e hijas”, dice Ahmed, “pero espero que si van a la escuela y aprenden a leer y escribir, puedan tener una vida mejor”

“Todo lo que quiero es vivir dignamente”

 

Fatima vive en Hermel, en la parte norte del valle de Bekaa, con su esposo y su hija. Al no poder pagar su propia casa, tienen que compartir una habitación en la casa de sus suegros. Para esta libanesa de 58 años, que sufre graves complicaciones debido a la diabetes, sobrevivir cada día se ha convertido en un verdadero desafío.

“Siempre hemos sido pobres, pero al menos antes podíamos salir adelante”, dice Fatima. “Hace dos meses, mi esposo perdió su trabajo en una tienda de verduras. Como había menos clientes, lo tuvieron que despedir. Yo solía trabajar como personal de limpieza, pero ya no puedo hacerlo porque me diagnosticaron diabetes hace cinco años y desde entonces mi salud ha empeorado mucho. Perdí la vista en ambos ojos y desarrollé una grave lesión en el pie que me impide caminar. Siempre necesito a Hiba, mi hija, a mi lado para ayudarme. Tengo un dolor constante en todo mi cuerpo; a veces es insoportable.

MSF realiza visitas domiciliarias para dar seguimiento a mi enfermedad y me proporcionan los medicamentos que necesito. Sin MSF, tendría que depender de la caridad de las personas para conseguirlos. Nuestra hija trabaja de vez en cuando en una tienda de ropa después de la escuela y ese es nuestro único ingreso. Comemos principalmente lentejas, trigo bulgur y papas; muchas papas. No es una dieta muy buena para mi diabetes, pero es todo lo que podemos permitirnos.

No me siento bien, ni física ni emocionalmente. Lloro mucho. Me siento culpable por mi pequeña, Hiba, que tiene que asumir responsabilidades que van más allá de su edad y cuidar de nosotros. Aparte del psicólogo de MSF, no tengo a nadie con quien hablar. No quiero agregar una carga a los hombros de mi hija o de mi esposo. Y el resto de mi familia vive en Beirut, lejos de aquí. No puedo pensar en nada reconfortante. La crisis económica ha sido el colmo. Todo lo que quiero es poder vivir dignamente”.

 

Norte de Líbano

“Ha pasado un año desde que comimos pescado o carne”

Hasna, de 57 años, y Hassan, de 65, llegaron a Líbano en 2012. Esta pareja de refugiados sirios vive en un edificio en construcción en un barrio desfavorecido de Trípoli, con su hijo, su esposa y sus tres hijos. Su primogénito trabaja en una peluquería y es el único sostén de la familia.

Tanto Hasna como Hassan sufren de hipertensión. Hasna también tiene que lidiar con la diabetes y problemas cardíacos. Entre ambos, deben tomar 13 medicamentos diferentes cada mes, incluyendo la insulina. Durante ocho años, MSF les proporcionó sus medicamentos de forma gratuita, antes de traspasar sus actividades médicas en Trípoli al Ministerio de Salud. Recientemente, la pareja ha tenido que pedir prestado dinero a los vecinos y vecinas para comprar sus medicamentos en la farmacia, pues algunos de los medicamentos que necesitan no están disponibles actualmente en las instalaciones de salud pública.

"No podemos dejar de tomar nuestros medicamentos, pero tampoco podemos comprarlos", dice Hassan. Mientras describe la situación que viven, Hasna se pone de pie para ir al baño. Camina con dificultad, confiando en que su nieta la ayude. "Mi esposa necesita fisioterapia para aliviar su dolor", dice Hassan, "pero tampoco tenemos el dinero para eso".

A pesar de que su hijo ha logrado mantener su trabajo durante la crisis económica y la pandemia de COVID-19, la comida se convirtió en un problema creciente para la familia desde el año pasado, especialmente para Hasna, quien tiene que seguir una dieta saludable para ayudar a controlar su diabetes. El precio de los alimentos ha aumentado considerablemente en los últimos meses, pero el único salario de la familia se ha mantenido igual. Muchas de sus comidas consisten solo en arroz y pasta. “Ha pasado un año desde que comimos pescado o carne”, dice Hassan.

Para la pareja, la palabra ‘futuro’ es sinónimo de ansiedad. “Cuando llegamos la situación no era buena para nosotros, pero definitivamente era mejor que ahora. Hoy todo es una lucha: conseguir lo suficiente para comer, alquilar un lugar para vivir, conseguir medicamentos. Nuestros nietos no están en la escuela por la COVID-19 y no tienen nada que hacer. ¿Qué será lo próximo? " se pregunta Hassan.

 

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