Niños y mujeres marchaban al exilio con heridas de bala

Idomeni after the closing of the border

Maria Simón ha sido testigo de la degradación del conflicto que asuela República Centroafricana desde hace más de un año. Ha coordinado las operaciones de Médicos Sin Fronteras en Kabo (en el norte del país) en los últimos siete meses, y confiesa que ha sido un puesto difícil. Mucho más que el anterior, que la llevó a República Democrática del Congo. Lo que ya dice mucho.

Maria Simón ha sido testigo de la degradación del conflicto que asuela República Centroafricana desde hace más de un año. Ha coordinado las operaciones de Médicos Sin Fronteras en Kabo (en el norte del país) en los últimos siete meses, y confiesa que ha sido un puesto difícil. Mucho más que el anterior, que la llevó a República Democrática del Congo. Lo que ya dice mucho.

– ¿Cómo has vivido este tiempo, con muy diferentes períodos entre sí y muy marcados?
– Cuando llegué en octubre, ya había habido ataques de las milicias anti-Balaka contra la coalición de los Séléka, entonces en el poder. Pero se empezaba a percibir la tensión, la incertidumbre de lo venidero. Piensa que cualquier cosa que pasa en Bangui tiene eco en todo el país. En novembre, la tensión entre cristianos y musulmanes se acrecentaba y en diciembre estalló. El cambio de gobierno, la ofensiva de los anti-Balaka y la retirada de Séléka hizo que parte de las milicias que la formaban se constituyeran en grupos incontrolados, muy peligrosos. Y, al mismo tiempo, éramos testigos de los centenares y centenares y centenares de camiones llenos de gente, de musulmanes, que se encaminaban al exilio en Chad en busca de un refugio, para salvar sus vidas. Horrible.

– ¿Qué decían?, ¿cómo se organizan los convoyes?
– Viajaban en condiciones muy difíciles, con sus pertenencias en las traseras de los camiones y ellos encima de sus cosas, al sol, a veces heridos, mujeres embarazadas y niños incluidos. Hemos visto a niños y a mujeres con heridas de bala en los brazos, en la espalda. Las armas de los anti-Balaka no son muy sofisticadas, eso es cierto, así que en muchos de esos casos las heridas se podían tratar de forma ambulatoria. Pero eran heridos de bala, civiles que huían en un camión. Muy sobrecogedor.

– ¿Y la población de Kabo?
– Es una población, en general la de la RCA, que ha sido muy machacada. En diferentes períodos, en cada turbulencia política. Fueron machacados por los Séléka en su toma de poder. Tuvieron que huir a los bosques y soportar sus desmanes, su violencia. Y ahora, por los anti-Balaka, con su violència, con su venganza. En Kabo, que es territorio bajo dominio Séléka, la población además también sufre tensiones propias, entre los agricultores (la gran mayoría cristianos) y los ganaderos nómadas (musulmanes), lo que es un factor de violencia añadido. Este año se ha conseguido llegar a un acuerdo para que los ganaderos, los Mbarara, alejen sus ganados de las áreas de cultivo. Es un acuerdo local, que no se ha extendido a otros pueblos, lo que puede generar problemas, porque los Mbarara van armados. Hemos tratado a pacientes heridos por flechas de los Mbarara. El año pasado, el conflicto generó desplazamientos de población, pueblos enteros fueron quemados. Los ganados invaden los campos, los agricultores atacan a las vacas o a los Mbarara y estos se vengan. Es preocupante.

– ¿Por qué?
– La población lleva un año de huida, de esconderse en los bosques a la mínima percepción de amenaza. Ha habido muchas en el último año, lo que supone la suspensión de la actividad agrícola. En Kabo ahora pueden plantar, por este acuerdo con los Mbarara, pero no en otras poblaciones. Si no siembran, no recogen; la malaria llegará a su punto álgido en un par de meses y se puede combinar de forma letal con la desnutrición. El pasado año ya fue de los peores en cuanto a la malaria. Tememos que este año lo supere incluso.

– ¿Qué se va a hacer al respecto?
– Vamos a intentar prevenir la infección de forma más agresiva. Llevar el tratamiento a la gente antes de que la malaria arremeta con toda su fuerza. Vamos a intentarlo incluso si la gente no está en sus casas, aunque esté escondida en los bosques, mediante clínicas móviles. Es un reto.

– Descríbeme la situación ahora mismo. Justo acabas de regresar de allí.
– Poco antes de regresar, redujimos actividades durante una semana, en protesta por la matanza de 17 civiles, tres de ellos compañeros de MSF, en el hospital de Boguila, supuestamente por un grupo incontrolado de Séléka. Días después, la Séléka organizaba una importante reunión en Ndélé, también en el norte, para nombrar nueva comandancia, y reconstituirse y reagruparse. Yo regresé a Bangui por carretera, y es increíble: pueblos fantasma, abandonados. Entre Dekoa y Sibut, dos poblaciones que distan unos 100 kilómetros, solo vimos a dos personas, dos hombres que estaban en un pueblo, y que seguramente habían ido a recoger algunas de sus pertenencias; corrieron a esconderse solo con escuchar el motor del coche. Eso significa que hay mucha gente en el bosque, gente que está viviendo con nada, desprotegida y desamparada.

– ¿Qué es lo que te ha conmocionado más?
– Por la situación geográfica de Kabo, hemos vivido la huida de los musulmanes. Recuerdo una mujer que venía de Bouca, a unos 150 kilómetros. Los anti-Balaka habían prendido fuego al barrio. La mujer, joven, de unos 30 años, explicaba que tres de sus hijos, no debían ser mayores de diez años, habían muerto quemados dentro de su casa. Lo explicaba con una resignación, con una tristeza y una pena… En Bouca no quedan musulmanes y antes era una comunidad vibrante. En Kabo y Batangafo quedan pocos comerciantes. En Batangafo se fueron entre diciembre y enero, y los que quedan enviaron a sus familias lejos. Desde diciembre hasta febrero, los camiones de musulmanes han sido un continuo, todo el día, hasta hacer atascos en Kabo, que es una población de 15.000 habitantes.

– ¿Qué crees que va a pasar en los próximos meses?
– No parece que vaya a mejorar la situación a corto plazo. Desde luego, la población sigue muy desprotegida, no basta con la presencia de las tropas francesas y de la fuerza internacional de la Unión Africana (MISCA), y el gobierno de transición no tiene capacidad alguna. En Bangui puede haber una cierta apariencia de normalidad, aunque en los barrios la violencia sigue siendo generalizada. Con la reconstitución de Séléka, y su condena pública de las atrocidades cometidas por algunos de sus grupos más autónomos, parecería que hay una calma incierta. Veremos si pretenden recuperar territorio perdido, volver a avanzar hacia el sur. Es una situación tremendamente complicada, en la que la población ha sido objeto de abusos y atrocidades por parte de todos.

Compartir