Sudán del Sur: sangre y polvo

Johanna es una enfermera inglesa que trabaja con MSF en Sudán del Sur.

Anteayer, salvé dos vidas. Tengo el sentimiento de satisfacción y orgullo más grande que he sentido en toda mi vida. No tiene nada que ver con mi trabajo como enfermera. Cualquiera puede hacer lo que yo hice, y animo a todos a hacer lo mismo.

Quería donar sangre desde que llegué a Sudán del Sur. Hay una escasez crónica: no sólo atendemos las afectaciones normales por las cuales sería necesaria una transfusión, como heridas de trauma y emergencias obstétricas; sino que también nos enfrentamos a la malaria y la malnutrición, dos de los más grandes problemas aquí, ya que pueden causar una anemia severa.

En Sudán del Sur no hay un sistema nacional de donación de sangre, así que si tenemos pacientes que necesiten una transfusión, la única opción es preguntar a sus amigos y parientes si acceden a donar sangre, y luego realizamos las pruebas para descubrir si son tipos sanguíneos compatibles.

Frecuentemente hay complicaciones con este sistema

Si el paciente es lo suficientemente afortunado para encontrar a alguien con quien sea compatible y esté dispuesto a donar, es común que el donador de positivo en la prueba de malaria; después de todo, estamos en una región endémica. Desafortunadamente, no tenemos ninguna forma de filtrar la malaria de la sangre, pero el paciente necesita la transfusión y las posiblidades de encontrar otro donador son muy pocas.

Esto implica que un efecto secundario de una transfusión de vida o muerte, puede ser que el paciente sea infectado, conscientemente, con el virus de la malaria. Los atendemos, por supuesto, y con los medicamentos adecuados se presentan menos complicaciones. Aún así, es una situación muy extraña de enfrentar como proveedor de atención médica.

Muchos de nuestros pacientes viajan desde muy lejos para recibir atención aquí, y no tienen amigos o familiares a quién recurrir. Hace poco atendí a unas gemelas que necesitaban una transfusión, pues presentaban una ictericia severa. Su única familia era su madre, que estaba amamantándolas y había sido sometida a una cirugía mayor (cesárea); y su hermano, que era muy joven, y además de malnutrición presentaba otros problemas médicos.

Preguntamos a la madre de las gemelas si había alguna forma de que pudiera pedir a alguien que viniera. Lloró mientras nos decía que la única persona capaz de donar era su hijo mayor, pero que estaba en un campo para personas desplazadas a muchos días de camino y que ella no tenía forma de contactarlo.

Afortunadamente, el nivel más bajo al que llegó la hemoglobina de las bebés fue cercano al 7, y pudimos darles suplementos de hierro para que sus cuerpos, poco a poco, pudieran comenzar a producir más células rojas.

No siempre hay un final feliz

He escuchado a mis colegas hablando con pacientes que tienen niveles imposiblemente bajos de hemoglobina en la sangre, números que nunca escucharía en el Reino Unido. En los últimos dos meses, hemos visto morir al menos a tres personas simplemente porque no teníamos sangre para hacerles una transfusión. Es frustrante saber que algo que sería rutinario en nuestro hogar pueda significar una diferencia entre la vida y la muerte. Y aún así, no había nada que pudiéramos hacer.

Nuestro equipo de promoción de la salud está trabajando arduamente para combatir este problema. Visitan iglesias y a líderes de la comunidad para hacer llegar el mensaje sobre la donación sanguínea y para disipar todas las ideas erróneas que la gente pueda tener al respecto.

Cada semana, la estación local de radio transmite una entrevista con un integrante de nuestro equipo que habla sobre cómo el donar sangre puede ayudar a los pacientes en la clínicas. Además, nuestros representantes hacen un gran trabajo para instar al personal y sus familiares a donar. Después de donar sangre aquí, eres elegible para recibir una comida gratis de la cocina del hospital para ayudarte a recuperar tus fuerzas, y te llevas una playera para promocionar la causa. Todas estas medidas fueron introducidas para hacer más atractivo el prospecto de la donación.

Como expatriada, es muy frustrante, pero comprensible, que no podamos donar. La cantidad de horas que trabajamos, y los problemas que surgirían si nos enfermamos, implican que se considera más importante que nosotros estemos en nuestro mejor estado para atender a todos nuestros pacientes, en vez de arriesgarnos a enfermarnos por el beneficio de un solo paciente.

Como con cualquier reglamento, siempre hay una excepción. Si surge una situación en la que hay una emergencia y nadie es capaz de donar sangre, y tú estás a punto de salir de tu misión (ya sea por vacaciones o porque regresas a casa), entonces se te permite donar, pues tendrás tiempo para recuperarte sin que esto impacte la atención que brindarás a los demás pacientes.

Esta semana iba a salir de vacaciones, pero el lunes apareció una nube de polvo que afectó tanto la visibilidad, que ningún avión pudo aterrizar en nuestra pista de aterrizaje improvisada. Esto no había pasado durante más de tres años, y no me causó mucha gracia la ironía.

 

Me reconfortó la idea de que, después de más de 3 meses en Sudán del Sur, unos pocos días más no iban a marcar una gran diferencia. Aún así, todas las noches me aseguré de que mi maleta estuviera lista, y cada mañana despertaba y miraba la nube de polvo, buscando alguna seña de que estaba comenzando a disiparse.

En mi segundo día de espera, escuché de una paciente que había sido admitido al departamento de maternidad que estaba al lado. Esta mujer había llegado desde muy lejos, tenía cinco meses de embarazo, y la única persona que lo cuidaba era su hijo de seis años.

El pequeño era la viva imagen de un hijo dedicado y bondadoso: arreglaba su cama, le llevaba agua, y sostenía su cabeza para ayudarle a beber, pero él estaba claramente aterrorizado por el estado de su madre. Ella estaba tan débil que no podía sentarse por sí sola y tenía problemas para respirar. Hicieron algunas pruebas de sangre, y la razón de su falta de aliento se volvió clara: su hemoglobina (un componente de las células rojas en la sangre que llevan oxígeno vital alrededor del cuerpo) era de tres, cuando el nivel normal debería ser de 12.5

La única oportunidad de que esta mujer y su hijo no nacido pudieran vivir era una transfusión sanguínea, pero no tenían familia cerca y no conocían a nadie en el área. Además, el banco de sangre estaba vacío.

Fue como si las estrellas se alinearan cuando descubrí que, por un milagro, teníamos el mismo tipo sanguíneo y era elegible para donar sangre por primera vez desde que llegué a Sudán del Sur.

Estaba tan emocionada por ser capaz de ayudar que me corrieron del laboratorio tres veces porque estaba muy ansiosa y seguía entrando para ver si las pruebas ya estaban listas. Cuando finalmente se confirmó que éramos compatibles, me puse cómoda en una pequeña cama en la esquina del laboratorio, y el supervisor del laboratorio insertó una enorme aguja en mi brazo (bueno, estoy acostumbra a las pequeñas). Mara, una compañera, estaba cerca para darme apoyo moral (suelo desmayarme al ver mi propia sangre) y en menos de diez minutos todo había terminado. Así de simple.

Al día siguiente, caminaba a través del departamento de maternidad cuando me llamaron para que fuera a ver a la mujer a quien le doné mi sangre. El cambio era impresionante. Incluso de lejos, pude ver una gran diferencia: ella estaba sentada y hablando animadamente con su hijo. Fue una sensación extraña, saber que era mi sangre la que corría por las venas de la mujer en esos momentos.

Cuando le explicaron quién era yo, una enorme sonrisa se hizo presente en su rostro y apretó mi mano fuertemente. Ella pidió a los traductores que me dijeran que ayer ella se sentía muy mareada y débil, pero que hoy se sentía bien y que eso era gracias a mí. Me agradeció. Sólo pasamos unos cuantos minutos juntas, pero sinceramente, fue uno de los momentos más felices de mi vida, uno que nunca podré olvidar. Estoy segura que sonreí todo el día.

Al día siguiente, ya no había polvo y finalmente llegó el momento de mi partida. Pero yo no era la única que se iba: me enteré que la mujer estaba caminando por el departamento de maternidad y que estaba tan llena de energía, que se le iba a dar el alta al día siguiente. Cuando apareció la nube de polvo, arruinando todos mis planes, hubiera sido muy fácil ver la situación como algo negativo. Pero ahora, con la increíble experiencia que tuve, sólo me siento agradecida.

Donar sangre fue una de las mejores cosas que he hecho en mi vida, y no me queda más que alentar a los demás a hacer lo mismo: ¡es una forma muy sencilla de salvar una vida (o dos)!

 

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