Testimonio: “Había salido por las tortillas y de regreso me jaló”

María tiene 10 años, hace tiempo murió su mamá y por eso vive en casa de su abuela, con su papá y sus hermanos. Todos colaboran en el hogar y despiertan al mediodía, pues la mayoría suele desvelarse trabajando y porque ella va a clases en el turno vespertino.

Médicos Sin Fronteras ofrece atención en salud mental a víctimas directas e indirectas de la violencia en la mayor parte de sus proyectos en México. Para visibilizar el impacto y las consecuencias de la violencia en la salud, les presentamos una serie de testimonios recabados por nuestros equipos y otros testimoniales de los propios pacientes. Los nombres y los lugares han sido cambiados para proteger la confidencialidad debida a los pacientes.
“Cuando se lo conté a mi abuelita y a mis hermanos, ellos corrieron a buscarlo. Lo encontraron. Me dijo que lo estaba confundiendo, pero yo sabía que era él. Lloró pidiendo perdón…Yo había salido por las tortillas y de regreso me jaló”.  
Pregunta tras pregunta María cuenta la misma historia, una y otra vez, mientras observa los ojos de su abuela, hinchados de tanto llorar y no dormir. Finalmente, y tras un interrogatorio interminable, la llevan a tomar fotos del lugar en dónde todo cambió. ─Ahí me amenazó con un hacha, le decía que me dolía, que quería ir a mi casa ─recuerda. 
 
No sabe cuántas horas han pasado, no ha comido y aún restan cosas por hacer. Se sube al taxi junto con su abuela y su papá, y se dirigen al hospital. Al llegar se siente abrumada por verse encerrada en un consultorio y rodeada de tantas personas; todos le hablan, pero evitan mirarla. Vuelve a contar su historia, le toman muestras de sangre, la inyectan. Se vuelve a encontrar desnuda ante extraños, quienes le explican algo sobre enfermedades y todas las pastillas que debe tomar. Ella escucha e intenta aferrarse a la mano de su abuela quien, vencida por el sueño, cabecea en ocasiones.
 
María tiene 10 años, hace tiempo murió su mamá y por eso vive en casa de su abuela, con su papá y sus hermanos. Todos colaboran en el hogar y despiertan al mediodía, pues la mayoría suele desvelarse trabajando y porque ella va a clases en el turno vespertino. 
 
─Me gusta mucho ir a la escuela, soy muy buena…Ya no sé si lo seré ─cuenta María, mientras clava su vista en el suelo y frunce el ceño.   
 
Desde la primera vez que la vi, llegaba a las consultas de seguimiento médico o psicológico con una bolsa del supermercado donde guardaba todos sus papeles. Llevaba los que le dieron en el Ministerio Público y hasta su cartilla de vacunación. 
 
Ver a una niña de 10 años hacerse responsable de su salud física y mental cimbra a cualquiera y visibiliza la importancia de una atención oportuna, integral y de calidad. 
 
Volvió al consultorio para su última consulta médica, nerviosa y feliz al mismo tiempo, a realizarse la prueba del VIH de los seis meses. Le habían dado el alta psicológica hacía ya unos 60 días. Escuchó atenta la explicación sobre el examen, sin importar que era la misma que había oído meses atrás, y esperó el resultado con las manos cruzadas por encima del pecho. Negativo. Sonríe y sus ojos se humedecen. Platicamos acerca de ella, su familia y el colegio, y con una amplia sonrisa cuenta que este año escolar fue de las mejores de su clase, como siempre. —Voy a seguir estudiando ─dijo.
 
Se despide con un abrazo diciendo que cambiamos su vida y nos pide que sigamos ayudando a las personas. Al final, fue ella quien cambió las nuestras.
 
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