El Premio Nobel de la Paz

James Orbinski, Presidente del Consejo Internacional de MSF, aceptando el Premio Nobel
James Orbinski, Presidente del Consejo Internacional de MSF, en su discurso por el Premio Nobel de MSF.
Médicos Sin Fronteras (MSF) recibió el Premio Nobel de la Paz en 1999 “en reconocimiento a la pionera labor humanitaria de la organización en varios continentes” y para honrar a nuestro personal médico, que ha trabajado en muchísimos países y atendido a decenas de millones de personas.
 
Aunque se nos conoce más por nuestro trabajo médico, también hablamos en nombre de las poblaciones a las que atendemos y actuamos para exponer las injusticias que enfrentan. El Premio Nobel ofreció una plataforma para que MSF hablara, y la aprovechamos.
 
En su discurso de aceptación en la ceremonia de entrega de los premios, el Dr. James Orbinski, presidente del Consejo Internacional de MSF, habló directamente al entonces líder ruso Boris Yeltsin y condenó la violencia de Rusia contra los civiles en Chechenia.

Este es el discurso presentado por el Dr. James Orbinski,

Presidente del Consejo Internacional de MSF,

el 10 de diciembre de 1999 en Noruega

 
“Sus Majestades, Su Alteza, Miembros del Comité Noruego del Nobel, Excelencias, Señores y Señoras: 

La gente de Chechenia – y la gente de Grozny – hoy y durante más de tres meses, están soportando bombardeos indiscriminados por parte del ejercito ruso. Para ellos la asistencia humanitaria es virtualmente desconocida. Son los enfermos, los viejos y los débiles los que no pueden escapar de Grozny. Mientras la dignidad de los pueblos en crisis constituye el núcleo central del honor que hoy nos conceden ustedes, lo que reconocen en nosotros es nuestra particular respuesta a esta dignidad. Ruego aquí hoy a su excelencia el Embajador de Rusia y, a través de él, al Presidente Yeltsin que detengan los bombardeos de civiles indefensos en Chechenia. Si los conflictos y las guerras son asuntos de Estado, las violaciones del derecho humanitario, los crímenes de guerra y los crímenes contra la humanidad nos conciernen a todos nosotros.
 


Déjenme añadir, sin demora, que Médicos Sin Fronteras acepta con la más sincera gratitud la extraordinaria distinción que el Comité del Nobel nos concede. No obstante, también la aceptamos con el profundo malestar que nos produce saber que la dignidad de los excluidos está siendo violada a diario. Éstas son las olvidadas poblaciones en peligro, como los niños y niñas de la calle que luchan cada trabajoso minuto del día por vivir de los despojos que les dejan aquellos que sí están “incluidos” en el orden económico y social. Éstos también son los refugiados ilegales con quienes trabajamos en Europa, a quienes se les ha denegado el asilo político y que, por miedo a ser expulsados temen incluso buscar asistencia sanitaria.
 


Nuestra acción consiste en ayudar a las personas en situaciones de crisis. La nuestra no es una acción gratificante. Aportar asistencia sanitaria a quienes sufren es intentar defenderles de los peligros que les acechan como seres humanos. La acción humanitaria es mucho más que simple generosidad, mucho más que simple caridad. Su objetivo consiste en construir espacios de normalidad en medio de lo que es profundamente anormal. Más que ofrecer asistencia material, nuestro propósito es conseguir devolver a las personas sus derechos y dignidad como seres humanos. Como asociación voluntaria e independiente, nos hemos comprometido a aportar asistencia médica directa a las poblaciones necesitadas. Pero no podemos actuar en el vacío, y nuestras palabras no pueden quedar en el aire, trabajamos, pues, con la clara intención de asistir, de provocar cambios, de revelar injusticias. Nuestra acción y nuestra voz son un acto de indignación, un rechazo a aceptar ataques pasivos o activos sobre los demás.
 


El honor que hoy nos conceden podría fácilmente darse también a otras muchas organizaciones, o personas que luchan con dignidad dentro de sus respectivas sociedades. Pero claramente, ustedes han optado por reconocer a MSF. Comenzamos formalmente en 1971 como un grupo de médicos y periodistas franceses que decidieron ofrecerse para ayudar a las poblaciones en crisis, rechazando, si procedía, las prácticas de aquellos Estados que violaban directamente la dignidad de las personas. Durante mucho tiempo se ha creído que el silencio significaba neutralidad, presentándose como condición indispensable para la acción humanitaria. Desde el principio, MSF se creó para oponerse a esta creencia.
 


No podemos asegurar que las palabras siempre salven vidas, pero sabemos que el silencio sin lugar a dudas mata. Durante más de 28 años hemos estado y seguimos estando aún hoy irrevocablemente comprometidos con la ética del rechazo. Es ésta la orgullosa génesis de nuestra identidad, y actualmente luchamos como movimiento imperfecto pero fuerte, con esa fuerza que proporcionan nuestros voluntarios y nuestro personal nacional, y nuestros millones de donadores que apoyan, tanto financiera como moralmente, el proyecto que es MSF. Compartimos este honor con todos aquellos que, de una u otra forma, han luchado y continúan luchando cada día por mantener viva la frágil realidad de MSF.
 


El Humanitarismo tiene lugar allí donde la política ha fracasado o en tiempos de crisis. Actuamos no para asumir una responsabilidad política, sino para, en primer lugar, aliviar el inhumano sufrimiento del fracaso. Este acto debe estar libre de cualquier influencia política, y los políticos deben reconocer su responsabilidad de asegurar que lo humanitario puede existir. La acción humanitaria requiere un marco de actuación.
 


En un conflicto, este marco lo constituye el derecho humanitario. Establece los derechos de las víctimas y de las organizaciones humanitarias y determina la responsabilidad que los estados tienen de asegurar el respeto a estos derechos y sancionar su violación como crímenes de guerra.
 


En la actualidad, este marco es claramente disfuncional. A menudo, se nos niega el acceso a las víctimas de conflictos. La asistencia humanitaria es utilizada incluso como una herramienta de guerra por las partes beligerantes. Y lo que es aún más grave, estamos presenciando la militarización de la acción humanitaria por parte de la comunidad internacional. 

Dentro de este marco disfuncional, tomaremos la palabra para forzar a los políticos a asumir su ineludible responsabilidad. El humanitarismo no es una herramienta para acabar con la guerra o para crear la paz. Es una respuesta ciudadana al fracaso político. Es un acto inmediato a corto plazo que no puede borrar las necesidades a largo plazo de responsabilidad política.
 


Y con nuestra ética del rechazo no permitiremos el más mínimo fracaso político moral ni el saneamiento o limpieza del significado real de la más insignificante de las injusticias. Los crímenes contra la humanidad de 1992 en Bosnia-Herzegivina. El genocidio de 1994 en Ruanda. Las masacres de 1997 en Zaire. Los ataques indiscriminados contra civiles en Chechenia. Todo esto no puede quedar enmascarado con la utilización de términos tales como “Compleja Emergencia Humanitaria” o “Crisis de Seguridad Interna”, o de eufemismos similares, como si se tratase de acontecimientos políticamente indeterminados y fortuitos. La terminología es, pues, un factor determinante ya que enmarca el problema y proporciona la respuesta. Asimismo, define derechos, y, por consiguiente, responsabilidades. Define si es más adecuada una respuesta médica o humanitaria. Y define si una respuesta política es inadecuada. Nadie llama a una violación una emergencia ginecológica compleja. Una violación es una violación, así como un genocidio es un genocidio. Y ambos son crímenes. Para MSF, en esto consiste la acción humanitaria: en aliviar el sufrimiento, en devolver autonomía, en dar testimonio de la verdadera injusticia, y en continuar insistiendo sobre la responsabilidad política.
 


El trabajo que MSF elige hacer no tiene lugar en el vacío, sino dentro de un orden social que tanto incluye como excluye, que tanto afirma como niega, y que tanto protege como ataca. Nuestro trabajo diario es una lucha, y es profundamente médica, y es profundamente personal. MSF no es una institución formal, y, con suerte, no lo será jamás. Es una organización de la sociedad civil, y hoy en día la sociedad civil juega un nuevo papel global, una nueva legitimidad informal que está arraigada a su acción y al apoyo que recibe de la opinión pública. Depende también de la madurez de su propósito con respecto, por ejemplo, a los derechos humanos, al medio ambiente y a los movimientos humanitarios, y, por supuesto, al movimiento por un comercio justo. Los conflictos y la violencia no son los únicos elementos de preocupación. Nosotros, como miembros de la sociedad civil, mantendremos nuestro papel y nuestro poder si conservamos la lucidez con respecto a nuestros propósitos y nuestra independencia. Como sociedad civil, formamos parte del estado, de las instituciones y su poder. También existimos en relación con otros actores no estatales como es el sector privado. Nuestro papel no es el de reemplazar la responsabilidad del estado. La responsabilidad final del estado es la de incluir, no la de excluir, la de que los intereses públicos prevalezcan sobre los privados, y la de asegurar que exista un orden mundial justo. Depende de nosotros el no permitir que se utilice la ayuda humanitaria como coartada para enmascarar la responsabilidad del estado y así asegurar justicia y seguridad. Y de nosotros depende también que no nos convirtamos en gestores de miserias junto con el estado. Si la sociedad civil identifica un problema no le corresponde proporcionar una solución, sino esperar a que los estados lo traduzcan en soluciones concretas y justas. Sólo el estado tiene la legitimidad y el poder de hacerlo.
 


En la actualidad, en lo que se ha venido a llamar economía de mercado globalizadora, nos enfrentamos a una injusticia creciente. Más del 90% de todas las muertes y el sufrimiento por causa de enfermedades infecciosas tienen lugar en el mundo en vías de desarrollo. Una de las razones por las que la gente muere de SIDA, Tuberculosis, la enfermedad del sueño y otras enfermedades tropicales es que medicamentos esenciales que podrían salvarles o aliviarles son demasiado caros, ya no se fabrican porque no son rentables o porque prácticamente no se hacen investigaciones sobre enfermedades tropicales relevantes. Esta deficiencia del mercado es nuestro próximo reto. El reto, sin embargo, no es sólo nuestro. También los gobiernos, instituciones gubernamentales internacionales, la industria farmacéutica y otras ONGs deben hacer frente a esta injusticia. Lo que nosotros pedimos como sociedad civil es cambio, no limosna.
 


Reafirmamos la independencia del humanitarismo sobre la política, pero no lo hacemos para polarizar entre la “bondad” de las ONG en contra de la “maldad” de los gobiernos o las “virtudes” de la sociedad civil contra la “perversidad” del poder político. Este tipo de polémicas son falsas y peligrosas. Al igual que ocurre entre esclavitud y los derechos del bienestar, la historia nos ha demostrado que las preocupaciones humanitarias nacidas en la sociedad civil han ido ganando influencia hasta alcanzar la agenda política. Pero estas coincidencias no deben enmascarar las diferencias que existen entre lo político y lo humanitario. La acción humanitaria queda definida por su inmediatez, para grupos limitados y con limitados objetivos. Ello es a la vez tanto su fuerza como su limitación. La acción política, sin embargo, sólo puede concebirse a largo plazo, lo que en sí mismo supone el movimiento de las sociedades. La acción humanitaria es, por definición, universal. Las responsabilidades humanitarias no tienen fronteras. Dondequiera que haya una aflicción manifiesta, el humanitario por vocación debe responder. Por el contrario, la política conoce fronteras, y cuando hay una crisis, la respuesta política varía porque se hace necesario sopesar relaciones históricas, equilibrios de poder, e intereses de unos y otros. El tiempo y el espacio de lo humanitario no coinciden con el tiempo y el espacio de lo político. Varían de forma opuesta, y es ésta otra manera de emplazar los principios fundadores de la acción humanitaria: el rechazo de todas aquellas formas de resolver problemas que impliquen el sacrificio de los más débiles y vulnerables – ninguna víctima puede ser discriminada de forma intencionada o abandonada en beneficio de otros. Una vida hoy no puede ser medida por el valor que pueda llegar a tener mañana, y aliviar el sufrimiento “aquí” no puede legitimar que se obvie el sufrimiento “allí”. Al limitar los medios, obviamente, se está haciendo una elección, pero el contexto y el carácter restrictivo de la acción humanitaria no alteran los fundamentos de esta visión humanitaria, una visión que, por definición, debe ignorar las elecciones políticas.
 
En la actualidad, existe una confusión y una ambigüedad inherente en el desarrollo de las llamadas “operaciones humanitarias militares”. Tenemos que criticar este tipo de intervenciones llamadas “militares-humanitarias”. La acción humanitaria existe sólo para preservar la vida, no para eliminarla. Nuestras armas son nuestra transparencia, la claridad de nuestras intenciones, tanto como nuestras medicinas y nuestro instrumental quirúrgico. Nuestras armas no pueden ser aviones de combate y tanques, aunque a veces pensemos que su utilización pueda responder a una necesidad. Lo humanitario no tiene nada que ver con lo militar, y lo militar no es lo humanitario. No somos lo mismo, no podemos permitir que se nos vea como lo mismo, y no podemos convertirnos en lo mismo. Concretamente, ésta es la razón por la que para nuestro trabajo en Kosovo nos negamos a recibir financiación de los países miembros de la OTAN. Y por este motivo nos mostramos críticos entonces y lo continuamos siendo ahora con el discurso humanitario de la OTAN. Por eso también, en el terreno, podemos trabajar junto a las fuerzas armadas, pero ciertamente no bajo sus órdenes. El debate sobre el “Derecho de Injerencia” – el derecho que el estado tiene de intervenir por motivos llamados humanitarios – vuelve a ser prueba de esta ambigüedad. Pretende poner al mismo nivel que la ayuda humanitaria, la cuestión política del abuso de poder, y busca una legitimidad humanitaria para una acción de seguridad a través de medios militares.
 


Cuando uno mezcla lo humanitario con la necesidad de seguridad pública, entonces inevitablemente se está cubriendo lo humanitario con el manto de la seguridad. Debe recordarse que el Mandato de las Naciones Unidas obliga a los estados a intervenir a veces por la fuerza para detener amenazas contra la paz y la seguridad internacional. No es necesario, y es, de hecho, un peligro, utilizar la justificación humanitaria para esto. En Helsinki, este fin de semana, los gobiernos se sentarán a organizar la formación de un ejército europeo con motivos humanitarios. Hacemos un llamamiento a los gobiernos para que no continúen por este peligrosamente ambiguo camino. Pero también animamos a los estados a que busquen formas de asegurar la seguridad pública para que los derechos humanos y el derecho humanitario internacional sean respetados.
 


La acción humanitaria tiene sus limitaciones. No puede ser un sustituto de una acción política definitiva. En Ruanda, al principio del genocidio, MSF se manifestó abiertamente para pedir que éste se detuviera por el uso de la fuerza. Y así lo pidió también la Cruz Roja. Sin embargo, nuestro grito de ayuda no encontró más que parálisis institucional, prevalecida de los propios intereses y rechazo de responsabilidad política para parar un crimen que “nunca jamás” volvería a pasar sin protesta. El genocidio acabó antes que se iniciara la Operación Turquesa de las Naciones Unidas.
 


Por un momento me gustaría reconocer la presencia entre nuestros invitados de Chantal Ndagijimana. Ella perdió a 40 miembros de su familia en el genocidio de Ruanda. Hoy ella es parte de nuestro equipo en Bruselas. Sobrevivió al genocidio, pero al igual que otros millones de personas, su madre, su padre, sus hermanos y hermanas no. Y tampoco sobrevivieron cientos de miembros de nuestro personal local. Yo era Coordinador General de la misión de MSF en Kigali durante esa época. No hay palabras para describir el coraje con el que nuestro personal ruandés trabajaba. No hay palabras para describir el horror en el que morían. Y no hay palabras para describir el profundo pesar que yo y todos en MSF llevaremos siempre con nosotros.
 


Recuerdo lo que uno de mis pacientes me dijo en Kigali: “Ummera, Ummera – sha”. Se trata de un dicho ruandés que podría traducirse como “coraje, coraje, amigo mío – encuentra tu coraje y déjale vivir”. Me lo dijo en Kigali en nuestro hospital una mujer que no sólo había sido atacada con un machete, sino que, además, su cuerpo había sido completa y sistemáticamente mutilado. Habían cortado sus orejas. Y su cara estaba desfigurada por los cortes que los machetazos habían dibujado en su rostro. Al hospital llegaron cientos de mujeres, niños y hombres ese día, tantos que tuvimos que colocarles en la calle. Y en muchos casos, les operábamos allí mismo mientras alrededor del hospital las cloacas literalmente rezumaban sangre por todas partes. Ella era una entre muchos, viviendo un sufrimiento inhumano y simplemente indescriptible. Podíamos hacer muy poco por ella en ese momento, sólo intentar detener la hemorragia con las suturas necesarias. Nos sentíamos vencidos, y ella sabía que había otros muchos. Ella lo sabía y yo también. Y fue ella quien me liberó de mi propio infierno cuando me dijo con la voz más clara que jamás haya podido oír : “allez, allez…ummera, ummera – sha” (“ves, ves…amigo mío; encuentra el coraje y déjale vivir”).
 


Hay límites para el humanitarismo. Ningún médico puede llegar a detener un genocidio. La acción humanitaria no puede detener la limpieza étnica, así como tampoco puede hacer la guerra. Y no hay acción humanitaria que pueda conseguir la paz. Éstas son responsabilidades políticas y no imperativos humanitarios. Déjenme que les diga esto muy claramente: el acto humanitario es el más apolítico de todos los actos, pero si sus acciones y su moralidad son tomadas en serio, puede llegar a tener implicaciones políticas profundas. Y la lucha contra la impunidad es una de estas implicaciones. Esto es exactamente lo que se ha querido reafirmar con la creación del Tribunal Internacional tanto para Yugoslavia como para Ruanda. Es también lo que se ha reafirmado con la adopción de estatutos para una Tribunal Internacional. Son pasos significativos. Pero hoy, cuando se celebra el cincuenta aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos, el Tribunal todavía no existe, y los principios sólo han sido ratificados por tres estados este año pasado. A este paso, tardaremos veinte años antes de que exista. ¿Qué estamos esperando?. Cualquiera que sea el coste político de hacer justicia dentro de la comunidad de estados, MSF puede afirmar y afirmará que el coste en vidas humanas de la impunidad es imposible de soportar.
 


Sólo los estados pueden imponer respeto al derecho humanitario. Y este esfuerzo no puede ser puramente simbólico. Srebrenica era aparentemente una zona de seguridad en la que nosotros- como MSF – estábamos presentes, como también lo estaban las Naciones Unidas como protección, decían, con sus cascos azules sobre el terreno. Y la ONU permaneció en silencio y presente- mientras la gente de Srebrenica era masacrada. Tras los fatales intentos de la intervención de las Naciones Unidas en la antigua Yugoslavia y Ruanda que llevaron a la muerte a miles de personas, MSF se opone al principio de una intervención militar que no esté definida dentro de marco claro de responsabilidad y transparencia. MSF no quiere que las fuerzas militares demuestren que son capaces de montar campos de refugiados más rápidamente que las ONGs. Las operaciones militares de las Naciones Unidas deberían estar al servicio de los gobiernos y las políticas de protección de los derechos humanos de las víctimas. Si las operaciones militares de las Naciones Unidas tienen por objeto proteger a la población civil en el futuro, más allá del “mea culpa” del Secretario General en el caso de Srebrenica y Ruanda, deben modificarse las operaciones de pacificación de las Naciones Unidas. Los estados miembros del Consejo de Seguridad deben hacerse públicamente responsables de las decisiones que votan. Su derecho al veto debería ser regulado. Los Estados Miembros deberían poder asegurar que existen los medios adecuados para implementar las decisiones que toman.
 


Sí, la acción humanitaria tiene límites. También tiene responsabilidades. No se trata sólo de normas de buena conducta y una buena técnica. Es ante todo una ética dentro de una moralidad. La intención moral de la acción humanitaria debe ser confrontada con los resultados reales. Y es aquí donde debe rechazarse cualquier forma de neutralidad moral sobre lo que es bueno. Un resultado negativo que debe ser rechazado es el uso de lo humanitario en 1985 para apoyar la migración forzada en Etiopía, o en 1996 para dar apoyo al régimen genocida en el campo de refugiados de Goma. A veces es necesaria la abstención para que lo humanitario no se utilice en contra de una población en crisis. Más recientemente, en 1995, fuimos la primera organización humanitaria independiente que tuvo acceso a entrar en Corea del Norte. ¿Por qué decidimos entonces irnos en otoño de 1998?. Porque llegamos a la conclusión que no podíamos proporcionar asistencia libremente y con independencia de influencia política por parte de las autoridades. Nos dimos cuenta que los más vulnerable lo continuarían siendo siempre, dado que la ayuda alimentaria se utiliza para soportar un sistema que en primer lugar crea vulnerabilidad y siembra el hambre para millones de personas. Nuestra acción humanitaria debe ser dispensada de forma independiente, con libertad de acceso, para proporcionar y monitorizar la asistencia de forma que los más vulnerables sean los primeros en recibirla. La ayuda humanitaria no debe enmascarar las causas del sufrimiento y no puede ser simplemente una herramienta de política interna o externa que, en lugar de luchar contra el sufrimiento, contribuya a él. Si éste es el caso, debemos confrontar el dilema y considerar abstenernos como la menos mala de las opciones. Como MSF, ponemos constantemente en cuestión los límites y ambigüedades de la acción humanitaria- particularmente cuando se somete en silencio a los intereses de los estados y de las fuerzas armadas.
 


La semana pasada, el Congreso de los Estados Unidos aprobó un proyecto de ley autorizando ayuda alimentaria directa a los Rebeldes en el Sur de Sudán. E aquí un ejemplo de malversación del significado y objetivo de la asistencia humanitaria, convirtiendo los alimentos en combustible para la guerra. Es una negligencia por parte de los estados utilizar cualquier medio político para tratar una guerra que en 17 años se ha cobrado millones de vidas. La guerra civil en Sudán es hoy un sufrimiento humano en el que hay millones de desplazados al borde de la enfermedad y la hambruna; en el que la gente es bombardeada, robada, y constantemente asaltada e incluso esclavizada, mientras se protegen los intereses de las compañías petrolíferas; en el que el espacio humanitario es tan gravemente restringido que sólo existe en algunas zonas; y en el que nosotros y otras ONGs y Agencias de las Naciones Unidas luchamos por aportar asistencia humanitaria y protección. ¿Son los alimentos la única opción política para nutrir esta guerra?. La ayuda alimentaria o asistencia humanitaria, si se trata realmente de “asistencia humanitaria”, no puede utilizarse como una herramienta de los gobiernos para hacer política. En este caso, debemos denunciar el uso pérfido que se hace de los alimentos y que confunde el significado de la asistencia humanitaria. Si se permite utilizar los alimentos como arma de guerra, se está legitimando entonces que se mate a las poblaciones de hambre también como arma de guerra.
 


El humanitarismo independiente es una lucha diaria por dar asistencia y proteger. En la gran mayoría de nuestros proyectos, lo llevamos a cabo lejos de las miradas de los medios de comunicación y de la atención de los políticamente poderosos. Lo vivimos profundamente, íntimamente en la aflicción de guerras y crisis olvidadas. Numerosos pueblos de África agonizan literalmente en un continente rico en recursos naturales y cultura. Cientos de miles de nuestros contemporáneos son forzados a abandonar sus tierras y sus familias para buscar trabajo, comida, educar a sus hijos, y conservar la vida. Hombres y mujeres arriesgan sus vidas embarcando en viajes clandestinos sólo para acabar en un infernal centro de inmigración, o sobreviviendo a duras penas en la periferia de nuestro llamado mundo civilizado.
 


Nuestros voluntarios y personal viven y trabajan entre gente cuya dignidad es violada cada día. Estos voluntarios deciden libremente utilizar su libertad para hacer del mundo un lugar más soportable. A pesar de grandes debates sobre el orden mundial, el acto del humanitarismo viene a resumirse en una sola cosa: seres humanos individuales ayudando a sus homólogos a quienes toca vivir en las más adversas circunstancias. Vendaje a vendaje, sutura a sutura, vacuna a vacuna. Y para MSF, que trabaja en unos 80 países, 20 de los cuales en situación de conflicto bélico, significa también explicar al mundo las injusticias de las que ha sido testigo con la esperanza que los ciclos de violencia y destrucción no continúen eternamente.
 


Al aceptar este extraordinario honor, queremos de nuevo agradecer al Comité del Nobel su reafirmación del derecho a la asistencia humanitaria en todo el planeta; su reconocimiento del camino que MSF ha elegido y que es el de existir dentro de una ética del rechazo, testimoniando con franqueza y honestidad, y subscribiendo los principios de la organización: voluntariado, imparcialidad y su lucha para que se reconozca la humanidad de las personas. Son los voluntarios y personal nacional de MSF quienes luchan cada día por hacer que estos ideales se conviertan en una realidad concreta, quienes han dado al menos un poco de paz a los sufren, quienes son la viva realidad de MSF. De nuevo, gracias.
 
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