Adiós, Grecia

Conor Kenny, de MSF, es un doctor que trabaja proporcionando atención médica a los refugiados en Grecia. Este es su testimonio sobre el tiempo que pasó trabajando en Grecia.

Conor Kenny es un doctor que trabaja proporcionando atención médica a los refugiados en Grecia. Comenzó su labor en Idomeni, un campo de tránsito para refugiados en la frontera de Grecia con la Antigua República Yugoslava de Macedonia. Después de que los habitantes de Idomeni fueran evacuados, Conor fue a Lesbos para proporcionar atención médica en los campos designados especialmente para los refugiados más vulnerables de la isla griega.
 
 
 
"Ya casi son las 7 pm en Lesbos y el intenso calor de mediodía que hace hervir el suelo casi desértico comienza a disiparse. Esto se facilita, en parte, por una leve brisa que proviene del oeste. Me siento en una caja de madera que está sobre un contenedor azul, mientras espero que vengan por mi para ir a la base. 
 
Mirando a la distancia, veo el hermoso brillo naranja del sol que se pone sobre las colinas que rodean el campo, iluminando momentáneamente las escasas y tenues nubes que se han convertido en ríos dorados en el cielo. Es una señal del final de mi misión en este lugar. 
 
Ha sido un final muy tranquilo, en contraste con mi primer día de misión en el campo de Idomeni y no se me escapa este hecho. Este campo para menores no acompañados ha sido mi lugar de trabajo durante las últimas seis semanas. Es un lugar intenso, pero tiene una intensidad diferente a la de Idomeni.
 
Trabajar con niños requiere de un enfoque médico diferente, mucho más amplio. La educación es parte fundamental del trabajo en este lugar. Me sorprendo continuamente por la habilidad de los niños para entender conceptos médicos básicos, teorías como la del uso racional de antibióticos, que a veces se le escapan a los adultos. 
 
Reflexiono y me pregunto si me he despedido adecuadamente de los niños con los que trabajo. Intencionalmente quité importancia a mis despedidas. Habiendo observado la gran cantidad de personas que pasan por las vidas de estos niños, estoy consciente del efecto que tienen las despedidas exageradas en su salud emocional. 
 
 
Ellos desean algo estabilidad en sus caóticas vidas. No quiero ser parte del problema. Hago sólo un pequeño asentimiento con mi cabeza hacia sus tiendas y un saludo afectuoso. En voz baja, les deseo la mejor de las suertes en su futuro. 
 
El gentil silencio de la tarde se rompe cuando mi transporte llega al estacionamiento del campo, seguido de un sendero de polvo que revolotea en la brisa. Subo mi equipaje en la cajuela, me siento en el auto y conducimos de regreso a casa a través del crepúsculo a lo largo de la larga y sinuosa carretera costera. El viaje de 45 minutos me da tiempo de reflexionar sobre el tiempo que pasé trabajando en esta esquina del sureste europeo. 
 
Inmediatamente, mi mente me lleva de regreso a Idomeni: crudas imágenes de un hombre en sus 40’s, desarreglado y usando una colorida camisa de botones, pantalón negro y zapatos deportivos impares; sin dignidad y rogando desesperadamente por ayuda a través de una reja de metal. Veo mi aliento a través de la tenue luz del consultorio mientras caliento mi estetoscopio para examinar a un niño sirio que tiene una infección en el pecho, durante uno de mis turnos nocturnos. Veo a una mujer rezando por ayuda mientras comienza la evacuación de Idomeni. 
 
Los recuerdos positivos de mi estancia en este lugar también son impactantes. Recuerdos que son, principalmente, de esperanza ante la tragedia. De esperanza alimentada por una creencia de que sus vidas no pueden ser peor de lo que ya han experimentado. La esperanza vista a través de los ojos de una madre y un padre que cuidan de su bebé recién nacido en una tienda de campaña en medio de un campo. La esperanza en los corazones de familias que no tienen ninguna otra forma segura de viajar, esperando que traficantes desconocidos y sin rostro los lleven a su nuevo destino. Esperanza en los ojos de madres decididas haciendo fila para que sus hijos sean vacunados, esperando darles cualquier oportunidad de tener una vida mejor. 
 
 
Muchas de las personas que visitaron las clínicas son inolvidables. El color, la cultura, las expresiones, las personas, todo ello le dio mucha energía y variedad a mis días mientras trabajé aquí. En retrospectiva, la única diferencia que hay entre estos pacientes y el paciente británico o irlandés “típico” es el lenguaje, el lugar y los viajes que los pacientes realizaron para llegar hasta nosotros. Pienso en la madre ansiosa con su hijo adolescente. La mujer joven embarazada que llegó con su marido para pedir consejo. El hombre en sus 50’s que tenía una enfermedad del corazón pero que no quiere dejar de fumar. La abuela con artritis en sus rodillas que necesita medicamento para el dolor. 
 
No tengo idea de lo que pasará con estas personas en el futuro. No es necesario decir que soportarán aún más angustia emocional impulsada por la política. Espero que Europa pueda, eventualmente, comenzar a aprender las lecciones sobre esta crisis migratoria y evitar una catástrofe autoimpuesta, personificada por el desastre en Idomeni. 
 
Trabajando en este contexto refuerzas la idea de que no eres mejor que las personas que te rodean. A todas las personas con las que tuve el placer de trabajar, en buenos y malos momentos, y que me acompañaron en este viaje: gracias por su apoyo.
 
Finalmente, a los refugiados que conocí: si Idomeni me enseñó una cosa, es que debes mantener la esperanza. El momento más oscuro siempre llega antes del amanecer. 

 

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