Honduras: La vulnerabilidad y el olvido de un retorno a casa

Ante la gravedad de la situación de las y los retornados en Honduras, el equipo de Médicos Sin Fronteras en el país realizó una actividad de respuesta temporal en la frontera de Corinto para brindar asistencia humanitaria y psicológica. El equipo constató las necesidades de acompañamiento en salud mental puesto que estas personas han pasado por situaciones que pueden dejar afectaciones emocionales y mentales.

Ante la gravedad de la situación de las y los retornados en Honduras, el equipo de Médicos Sin Fronteras en el país realizó una actividad de respuesta temporal en la frontera de Corinto para brindar asistencia humanitaria y psicológica. El equipo constató las necesidades de acompañamiento en salud mental puesto que estas personas han pasado por situaciones que pueden dejar afectaciones emocionales y mentales. 
 
Era la media noche en Corinto, la frontera entre Honduras y Guatemala cuando ya llegaba el primero de varios autobuses que traían a las hondureñas y los hondureños deportados desde los Estados Unidos. Ingresaban a su país en la oscuridad, donde apenas se escuchaban algunas pláticas, llantos de infantes y se percibía la decepción y la desesperanza.  
 
Se escuchaba relatar algunas frases sobre el anhelo de mejorar las condiciones de vida desde el momento que salieron del país. La intención de salir de sus tierras natales fue para alcanzar el famoso ‘sueño americano’, pero este se volvió al final una pesadilla en el ir y venir. Y así, platicaban cuando trataban de tomar una sopa y un café para ingerir algo caliente por primera vez después de mucho tiempo. 
 
Salí porque necesito operar a mi hija, tiene una parálisis y no puede caminar. El viaje fue cansado, pero tenía la esperanza de que estando allá me ayudarían y no fue así, más bien se me enfermó del pecho. No tengo el dinero para pagar un doctor acá (Honduras) y haré la lucha”, contó Lorena*, una madre soltera cuya hija de tres años tiene una parálisis que le impide movilizar sus extremidades inferiores. 
 
A su lado estaba Kenia*, otra joven que conoció en el viaje de regreso, también con su hija de dos años. “Yo la llevaba sana, pero allá se me enfermó. Le dio una neumonía y no fue atendida por médicos, hasta que llegamos acá. Salí del país porque soy madre soltera y usted sabe que así no se puede sobrevivir”, comentó. 

 
Los relatos coincidían desde hace un mes cuando ingresaban al país cientos de hondureños y hondureñas en horas de la madrugada: “no teníamos qué comer, hasta ahora que en nuestro propio país nos atienden ustedes” mencionaba una joven de unos 25 años en referencia a los organismos internacionales presentes en la frontera. “Fuimos engañados, no nos dieron un asilo ni nos escucharon, nos deportaron directamente”, decía una mujer de unos 30 años con su hija de cuatro años que salieron del país por falta de empleo. 
 
Y así se iba extendiendo la lista de historias donde la vulnerabilidad fue más evidente: desorientados sin saber dónde se encontraban, en búsqueda de energía eléctrica para cargar sus teléfonos celulares y así poder contactar a sus familiares. Los padres y las madres preocupadas porque sus hijos se les enfermaron en las “hieleras” (celdas de la patrulla fronteriza de los Estados Unidos) y tienen otras dolencias como malestar estomacal y dolor de cabeza.  
 
En estos centros de detención también se aquejaban porque fueron despojados de sus pertenencias, inclusive la ropa y zapatos de los menores de edad. El malestar de que en días no recibieron una buena alimentación, entre otras experiencias negativas, las hondureñas y los hondureños definieron esto como un maltrato y concluyen que este sería un viaje que no volverían a intentar.  
 
Ante la gravedad de la situación, el equipo de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Honduras intervino puntualmente en la frontera de Corinto para brindar asistencia humanitaria y psicológica a las personas retornadas. El equipo identificó la necesidad de dar un acompañamiento en  salud mental a las personas. Hasta octubre, MSF asistió a más de 300 personas con charlas de psicoeducación, así como sesiones psicoterapéuticas y una primera ayuda psicológica. 
 
Estaban indignados en su mayoría al no ser escuchados por migración de los Estados Unidos. Salieron de su país por falta de oportunidades, condiciones de vida difíciles o alguna situación de violencia. Regresar al país de donde huían es un impacto fuerte, la mayoría estaban frustrados porque regresan con deudas del pago del coyote, inseguros y con miedo”, comenta Gracia Rojas, psicóloga del proyecto de MSF en Tegucigalpa. 

El haber pasado también por situaciones amenazantes durante el trayecto, como estar en riesgo por las amenazas del crimen organizado, el haber vivido o presenciado incidentes de violencia, y la exposición a condiciones difíciles dejó afectaciones emocionales. “Frustración, tristeza, síntomas de estrés agudo, son algunas de las afectaciones. Esto podría traer algunas consecuencias a futuro y dependerá de los mecanismos de afrontamiento de cada persona. Alguien que estuvo expuesto a situaciones de violencia o difíciles puede desarrollar un trastorno de estrés postraumático, depresión o ansiedad”, explica Gracia.  
 
La pobreza extrema y las malas condiciones económicas para subsistir en el día a día, el ser víctimas de violencia y persecución por pandillas y maras, la búsqueda de mejores oportunidades laborales, médicas y educativas, son algunas de las razones por las que estas personas desde hace algunos meses partieron hacia México y los Estados Unidos. 
 
En los últimos dos años, con la llegada de la pandemia del COVID-19 y tras los huracanes Eta e Iota, se intensificaron las causas por la que hondureños y hondureñas deciden partir al norte, con esperanza de un mejor futuro para sus familiares. Sin embargo, este viaje se termina de ver opacado cuando son capturados en la frontera bajo la promesa de que tendrán un asilo y se les retorna a Honduras, donde el gobierno asumió la atención humanitaria hace unos días. 
 
“La respuesta del gobierno hondureño se espera que sea constante, humana y solucionadora. Se espera que brinde asistencia en la frontera de Corinto y que en los albergues a los que estas personas serán trasladadas reciban asistencia psicológica, médica y alimentación, como aquellos que llegan de manera coordinada entre las cancillerías”, señala Danielle Borges, Coordinadora de Proyecto de MSF en Tegucigalpa. 

MSF tenemos un enfoque regional para brindar asistencia médico-humanitaria en diferentes puntos a lo largo de la ruta migratoria. Nuestros equipos en Guatemala y México llevan a cabo intervenciones similares con la intención de asegurar que las personas en movimiento tengan acceso básico a salud. 

“Nos ponemos a disposición como organización para complementar la asistencia, si así se ve oportuno. Seguimos en contacto con las autoridades responsables para que la asistencia sea continua e integral”, concluye Borges. 
 
 
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Médicos Sin Fronteras (MSF) está comprometida desde hace 46 años en brindar apoyo médico humanitario a la población hondureña. La primera actividad de MSF en Honduras fue en 1974, en el contexto del huracán Fifí. Desde entonces, hemos brindado atención de manera independiente, neutral e imparcial, a la población en respuesta a variadas crisis que han afectado al país. El mandato de MSF como organización médico-humanitaria internacional, es el proporcionar acceso a servicios de salud y garantizar que sea posible un paso digno a todas las personas que deciden migrar. 

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