“Médicos Sin Fronteras: dar para quedarse”-Ángeles Mastretta

Este año, contamos con la honorable colaboración y calidez de la escritora mexicana Ángeles Mastretta, como embajadora de Testamento Solidario.

Ángeles Mastretta, embajadora de Testamento Solidario.
Ángeles Mastretta, embajadora de Testamento Solidario. © María Chavarría/MSF

¿Cuántas veces, detenidos frente a la guerra y el espanto, frente al dolor de muchos, al abismo de quienes sufren injusticias o persecución nos sentimos inútiles, incapaces de hacer nada que no sea compadecer y asustarnos? Yo, muchas veces. Quieta, entretenida con lo inmediato, si acaso puesta en la rara nimiedad que es buscar una palabra que acompañe a otra, confiando en la fantasía de que en algo mejora la realidad si la nombramos con devoción para crear y creer en otros. Pero nada más. Cada quien su pequeño deber, cada uno en cada cual, me digo. No hay otro afán a mi alcance. 

 

Ángeles Mastretta, como embajadora de Testamento Solidario.
Ángeles Mastretta, embajadora de Testamento Solidario. © María Chavarría/MSF

 

Lo dado es asumir que la historia del mundo está regida por el azar y que poco se puede inventar para contradecir sus leyes. Sin embargo y para fortuna del universo hay quien opta por no rendirse, quienes están dispuestos a más, quienes actúan creyendo que se puede lidiar con lo que parece un sino inevitable y trastocar su dictamen. Creen que las cosas tienen remedio. Y, para sorpresa de muchos, ni si diga la mía, cien veces prueban que es posible. 

Buscando la paz que puede darnos el trato con personas que dedican sus vidas, cabal y resueltamente, a compartir y mejorar la vida de otros acepté con agrado la solicitud de Médicos Sin Fronteras (MSF) para participar en la tarea de buscar quienes, en este mes del testamento, o en cualquier otro, quieran apoyar su trabajo dejando una parte de su herencia a esta excepcional organización cuyos miembros andan siempre entre quienes sufren. Una organización internacional médico-humanitaria, que da su ayuda a poblaciones en situación precaria y a víctimas de catástrofes de origen natural y de conflictos armados, sin ninguna discriminación por raza, religión o ideología política. 

Los vemos aparecer en todas partes cuando las noticias nos cuentan en imágenes la guerra, los terremotos, los huracanes, las batallas de fuego y hambre hay, ahí, siempre un grupo de médicos y de trabajadores que llevan las siglas, la generosidad y la ética de Médicos Sin Fronteras. Ayudan como ángeles a quienes pasan por un dolor que desde la paz de nuestras casas parece no tener remedio y buscan resolver, curar, acompañar a quienes sufren la desolación y el desamparo en medio de lo que parece inevitable. 

Hace mucho tiempo que los admiro. Por eso me alegré cuando aparecieron a pedirme algo, a mí que siempre los he visto ser quienes dan. Confieso que nunca se me había ocurrido que podría haber un modo de saber, no sólo sentir, que estoy cuando ellos están. Que algo de mí hay en ese esfuerzo. Cuando veo que van discretos pero entregados, sin alardes pero con fervor, siempre pienso en cuánto me gustaría que algo de mí anduviera entre ellos. 

Sé que también su trajinar entre el horror y las dificultades de enfrentarlo los lleva a sentir como una obligación el contar lo que sufren las personas a las que procuran. Visité hace unos días uno de sus centros de atención integral. Una colonia en medio de Ciudad de México, en su corazón descuidado, no el Zócalo y los palacios. Tras una puerta lisa y una barda con paredes mudas, sin nombre ni anuncios, hay una casa que antes fue escuela y a la que llegan, enviadas por la voz de otros, personas que han tenido que emigrar y que en el trayecto desde Centroamérica, a donde a veces llegaron incluso desde África, han sido lastimadas, heridas, violadas y necesitan cuidados especiales, terapia, alimentos, lugar en donde dormir mientras encuentran un sitio en el que medio instalarse o siguen su camino a la promesa que es el sueño tras nuestra frontera. Ahora más que nunca MSF tiene trabajo en México. No sólo porque la fiereza de las bandas es cada vez más grande y más contra la población inmediata, sino porque mucha gente que ha llegado hasta aquí sabe que ya no es posible seguir, que no hay entrada, y que esas paredes y esos amigos médicos y enfermeros son la promesa cumplida de que estarán seguros y saldrán de ahí fuertes para seguir a donde sea que el destino los lleve, recuperados de lesiones físicas y penas emocionales si no resueltas —hay tragedias que marcan para siempre— sí consoladas. Desde quienes cocinan hasta los siquiatras tienen ahí la encomienda de curar. Lo mismo a niños que a viejos, a quienes hablan solos o gritan. 

Médicos Sin Fronteras está en setenta países. Ahí, entre los escombros o frente a las balas, algo de nosotros puede acompañarlos. Y no hay que ser viejo para dejar en el testamento algo destinado a MSF. He visto el testimonio de varios jóvenes que tienen para sí la paz de que un poco de su pequeño haber será de utilidad si ellos no están. Porque todos conocemos, aunque mucho se olvida, el lugar común de que no sólo hay que ser viejo para correr el riesgo de morir. 

Parece una idea loca, una ambición exagerada, ésta de que algo nuestro permanezca. 

Que la injusticia deje de ser natural y aceptada requiere de un arte difícil de practicar. Un arte que no es artificio y que acompaña al generoso, aunque desgastado, verbo amar y a la cada vez más infrecuente compasión. Tan simple como suena y tan arduo como es, creo que Médicos Sin Fronteras conoce bien de este arte. 

Muchas tragedias invencibles suceden bajo las estrellas y, aunque no lo podamos creer, hay quienes viven con la certeza de que tienen consuelo. Yo quiero estar entre ellos. Vivir con el artículo de fe que en las noches oscuras nos dice despacio: habrá de amanecer. 

Ver la realidad como un desafío y el desafío como algo que mejora la vida es pasión de todos los buenos médicos. Yo quiero compartir esa pasión. Acompañar a quienes imaginan que es posible enmendar el espanto. Acompañar la esperanza y el trabajo de quienes en vez de asirse al miedo lo exorcizan con su diario quehacer y combaten el temor, desafiándolo. 

Apoyar a Médicos Sin Fronteras en nuestro testamento, será acompañar al bien y las estrellas que esta organización lleva consigo. 

 

Ángeles Mastretta 

Escritora. Autora de Yo misma. Antología, El viento de las horas, La emoción de las cosas, Maridos, Mal de amores y Mujeres de ojos grandes, entre otros títulos. 

 

Este artículo fue publicado originalmente en Nexos

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