Miedo y pérdida para las personas que huyen de la violencia en Cabo Delgado, Mozambique

Los ataques en Palma, provincia de Cabo Delgado, en el noreste de Mozambique, a fines de marzo, hicieron que miles de personas aterrorizadas abandonaran sus hogares. Las personas que huían se dirigieron a Afungi -ubicada a unos 25 kilómetros de distancia- y también a Pemba. Hoy, muchas personas siguen desgarradas por el miedo, sin noticias del paradero de sus seres queridos. Muchas familias fueron separadas cuando se evacuaron a las personas de Afungi, ya que se dio prioridad a las mujeres, niños, niñas, personas mayores, discapacitados y a los gravemente heridos.

Los ataques en Palma, provincia de Cabo Delgado en el noreste de Mozambique, a finales de marzo, hicieron que miles de personas aterrorizadas abandonaran sus hogares. Las personas que huían se dirigieron a Afungi -ubicada a unos 25 kilómetros de distancia- y también a Pemba. Hoy, muchas personas siguen desgarradas por el miedo, sin noticias del paradero de sus seres queridos. Muchas familias fueron separadas cuando se evacuaron a las personas de Afungi, ya que se dio prioridad a las mujeres, niños, niñas, personas mayores, discapacitados y a los gravemente heridos.
 
Se estima que el 90 por ciento de las personas que llegaron a Pemba se quedan con familiares y amigos. Pero aquellos que no tienen a nadie que los acoja han quedado en el limbo, viviendo con la esperanza de reunirse con quienes quedaron atrás. El personal de Médicos Sin Fronteras (MSF) asistió recientemente a dos mujeres atrapadas en la crisis, y aquí cuentan sus historias.
 
 
 

Magrete

Magrete huyó de su casa durante el reciente ataque a Palma y actualmente se encuentra alojada en un albergue temporal instalado en un estadio de Pemba.
 
“Recibí una llamada de mi esposo alrededor de las 3 pm del 24 de marzo. Me advirtió que la situación no era buena y que debía salir de nuestra casa con nuestros hijos y encontrarme con él en su lugar de trabajo. Incluso antes de salir de casa, ya podía escuchar el sonido de los disparos en la ciudad. Corrimos a la oficina de mi esposo y nos escondimos en el patio trasero. Allí también había otras personas.  
 
Pronto nos dimos cuenta de que no estábamos seguros y mi esposo nos ayudó a mí y a nuestros hijos a cruzar la cerca, y huimos. Algunas personas no lograron escapar. No sabemos qué les pasó, si murieron o fueron secuestrados.
 
Estábamos a las afueras de Palma, junto a la playa. Allí estuvimos dos días. Al tercer día, tuvimos que huir nuevamente de los ataques; nos habían encontrado. Seguimos corriendo por la playa hacia Afungi; otros corrieron al agua y nunca volvieron a salir.
 
Llegamos a Afungi juntos: mi marido, nuestros dos hijos y yo. Pero cuando el barco vino a rescatarnos, dijeron que mi esposo tendría que esperar hasta el día siguiente, estaban dando prioridad a las mujeres y los niños. Mi esposo tiene un teléfono celular, pero no he podido comunicarme con él desde que llegué aquí. No sé dónde está ni en qué condición se encuentra.
 
Mi sobrino fue secuestrado en Palma y no sabemos dónde está. Y ahora también he perdido el contacto con mi esposo …
 
Esperaré aquí unos días, pero si no consigo ponerme en contacto con mi esposo, necesitaré ayuda para llegar a Mueda. Voy a tratar de encontrar familiares y buscar a alguien allí que pueda tener noticias de mi esposo. Me gustaría pedir ayuda para las personas que todavía está en Afungi, los que se quedaron atrás. Necesitan traerlos aquí".
 
 
 

Zainabo

Zainabo es madre de tres hijos y es refugiada en un estadio de la ciudad de Pemba.
 
“Cuando ocurrieron los ataques en Mocimboa da Praia [en 2020], decidí mudarme a Palma. Allí seguí con mi negocio y pude ganarme la vida, pero cuando ocurrió este ataque, lo perdí todo, incluido mi hijo mayor. Nos separamos y no sé dónde está ahora.
 
Estábamos todos juntos cuando sucedió. Pero tan pronto como escuchamos los disparos, entramos en pánico y corrimos en diferentes direcciones. Me caí al suelo y las personas me llevaron a un patio trasero, donde estaban mis dos hijos menores.
 
Salimos de Palma y nos dirigimos hacia Afungi. La caminata estuvo difícil, fue un milagro que lo consiguiéramos. Constantemente escuchábamos disparos y teníamos que correr. Tuvimos suerte de llegar allí.
 
Mi hijo menor y yo llegamos a Pemba en helicóptero. Mi hija vino más tarde en barco. Pero no quería irme. Les dije a las personas que nos ayudaban en Afungi que no podía encontrar a mi hijo. Me dijeron que tenía que irme y que ellos lo buscarían.
 
Me tomaron una foto y dijeron que una vez que lo encontraran, le mostrarían la foto, para que supiera que vine aquí. Me dieron un número de teléfono para llamar y recibir noticias en caso de que lo encuentren. Pero no tengo teléfono.
 
No sé qué voy a hacer. No tengo nada. Tengo que cuidar a mis hijos y estoy muy preocupada porque todavía no he encontrado un lugar al que podamos ir. Por ahora, me quedo aquí. Pero necesito ayuda.
 
No puedo volver a Palma. He visto la violencia con mis propios ojos. Perdí a un sobrino, lo decapitaron. No puedo volver".
 
 
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