Migrar para sobrevivir y construir un nuevo futuro desde la salud mental 

Quienes trabajamos con población migrante debemos comprender que la salud mental no es un lujo; es una necesidad urgente.

Personas migrantes atrapados entre la violencia, las estrategias de disuasión y los asfixiantes procedimientos de asilo. Un grupo de niños y adultos recoge agua en la Plaza de la Soledad, en la Ciudad de México.
Personas migrantes atrapados entre la violencia, las estrategias de disuasión y los asfixiantes procedimientos de asilo. Un grupo de niños y adultos recoge agua en la Plaza de la Soledad, en la Ciudad de México. © Sara de la Rubia/MSF
  • La migración es un proceso que comienza desde tiempo antes de tomar la ruta. Sanar las heridas de la violencia y el abandono solo es posible desde la responsabilidad compartida y la atención a historias completas, no solo a sucesos específicos.  

 Por Víctor Manuel Landa García, psicólogo del proyecto de migración de MSF en Ciudad de México 

 

Hablar de migración es hablar de la humanidad. A lo largo de la historia, los pueblos se han desplazado en busca de mejores condiciones; migrar ha sido motor de cultura, de economía, de transformación. Pero no todas las migraciones ocurren desde la esperanza. Algunas nacen del miedo. Algunas son producto de la urgencia, de la violencia, de la necesidad de salvar la vida. Migrar debería ser una elección: planificar con calma el destino, preparar las maletas, despedirse, cerrar ciclos. Pero en la migración forzada, no hay tiempo para elegir. Solo hay tiempo para huir. 

Según el Informe sobre las migraciones 2024 de la OIM, en el hay mundo alrededor de 281 millones de personas migrantes internacionales. De ellas, más de 117 millones fueron desplazadas por la fuerza. Son personas que no migraron para mejorar sus condiciones de vida, sino para sobrevivir. Personas empujadas por amenazas directas: violencia sexual, persecución política, extorsión, secuestro, tortura. La migración forzada no comienza con una maleta, sino con una amenaza. No es una decisión, es una reacción. En ese contexto, la salida no es una aventura, es una herida que se abre en lo más profundo del vínculo con el territorio, con la comunidad, con la identidad. 

 

Trabajadores de MSF conversan con un grupo de migrantes que se han asentado en la Plaza de la Soledad, Ciudad de México.
Trabajadores de MSF conversan con un grupo de migrantes que se han asentado en la Plaza de la Soledad, Ciudad de México. © Sara de la Rubia/MSF

 

Pensemos en una mujer que ha vivido toda su vida en su comunidad. Sabe dónde atender su salud, dónde rezar, dónde estudiar. Tiene un proyecto de vida, construido desde lo cotidiano. Una noche, es agredida sexualmente por un grupo delictivo. La amenazan con volver. Ella huye. Intenta primero refugiarse en otra ciudad dentro del país, pero pronto se da cuenta de que sus agresores la pueden encontrar en cualquier parte. Decide entonces cruzar la frontera. No lleva más que una mochila. Detrás deja su casa, su historia, sus afectos. Se lleva consigo, además del miedo, una certeza: si se queda, muere. 

Durante su camino, las condiciones son duras. El clima cambia, el idioma también. Las costumbres, la comida, las reglas, los trámites. No hay red de apoyo, no hay servicios accesibles, no hay un lugar donde descansar. Aparecen otras formas de violencia: institucional, simbólica, de exclusión. La salud, la educación, el trabajo y la vivienda se vuelven lujos. Todo se vuelve cuesta arriba. Y en medio de todo eso, se transforma su forma de habitar el mundo. Su cuerpo resiente el frío, el hambre, el miedo sostenido. Su mente también. Aparecen alteraciones en el sueño, en el apetito, en el estado de ánimo. Cambia su forma de relacionarse con los demás. Cambia su forma de pensar en sí misma. No siempre puede nombrarlo como “salud mental”, pero lo siente: algo dentro de ella ya no es igual. 

En estos casos, los recursos psicológicos que alguna vez le sirvieron para afrontar la vida ya no son suficientes. No porque haya “algo malo” en ella, sino porque lo que ha vivido es demasiado. Porque el estrés no termina. Porque el entorno no ayuda. Porque pedir ayuda, muchas veces, no es una opción. Las instituciones están saturadas o son inaccesibles. Los servicios no entienden sus necesidades o, a veces, no existen. Y así, el malestar se agrava: aparecen síntomas más severos, como ideación suicida, consumo problemático de sustancias, crisis de pánico, disociaciones, desorganización emocional.  

Esto no ocurre solo por el evento traumático que generó la migración. Ocurre también por las condiciones que enfrenta la persona durante el tránsito y en el lugar donde intenta rehacer su vida. Por eso, no basta con enfocar el análisis en el hecho que obligó a la persona a salir. Es necesario entender la migración como un proceso con múltiples etapas y reconocer cómo cada una de ellas impacta en la salud mental. Las personas migrantes no llegan “vacías” o “rotas”. Llegan con una historia, con una fuerza enorme, con recursos que a veces están ocultos bajo capas de dolor. Migrar, en este contexto, es un acto de resistencia. Es una apuesta por la vida, incluso cuando todo parece perdido. 

 

Una médica de MSF habla con una mujer haitiana alojada en el campamento informal de personas migrantes en el parque Tláhuac, Ciudad de México, 2023.
Una médica de MSF habla con una mujer haitiana alojada en el campamento informal de personas migrantes en el parque Tláhuac. También brindamos servicios de salud mental. Ciudad de México, 2023. ©

 

Quienes trabajamos con población migrante debemos comprender que la salud mental no es un lujo; es una necesidad urgente. No se trata solo de sanar heridas pasadas, sino de acompañar la construcción de nuevas posibilidades en el presente. Las políticas públicas deben mirar más allá de los números y atender a las historias. Necesitamos sistemas de salud que acojan, comunidades que escuchen, instituciones que protejan. Y, sobre todo, necesitamos una mirada más humana. Porque si migrar es un derecho, entonces garantizar condiciones dignas para quien migra debe ser una obligación.

Migrar no debería significar perderlo todo. No debería significar cargar con más dolor del que ya se trae. No debería significar quedar al margen del mundo. Las personas que migran por violencia no lo hacen por elección, lo hacen por necesidad. Y, aun así, lo hacen con dignidad. Migrar, en muchos casos, es la única forma que encuentran de seguir vivos. 

Por eso, cuando hablamos de migración, construyamos redes que escuchen, sostengan y acompañen. Que sanar también sea parte del camino y que ninguna persona en movilidad tenga que hacerlo sola. 

 

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