Vidas en limbo en México

Un grupo de personas migrantes avanzando en su camino. Fueron atendidos por un equipo de Médicos Sin Fronteras en Huixtla, México.
Un grupo de personas migrantes avanzando en su camino. Fueron atendidos por un equipo de Médicos Sin Fronteras en Huixtla, México. © Yotibel Moreno / MSF

Mientras en la frontera norte con Estados Unidos las autoridades estatales mexicanas se preparan para posibles deportaciones masivas construyendo grandes instalaciones donde albergar a los potenciales deportados y habilitando transportes para llevarlos a otras partes de México, la incertidumbre invade a cientos de miles de personas migrantes en todo el país.

Tras sufrir violencia y otras dificultades en una ruta migratoria larga y compleja, un colombiano, una congolesa, una hondureña y un guineano, todos ellos varados en el sur de México, comparten impresiones sobre su experiencia y el endurecimiento de la política migratoria estadounidense, incluido el cierre de la aplicación CBP One, que permitía solicitar citas para iniciar trámites de asilo en EE. UU.

El responsable de un albergue para migrantes en Tapachula, en la frontera con Guatemala, explica que ha habido algunos retornos a países centroamericanos. Sin embargo, para muchos otros no existe opción de volver atrás y pedir asilo en México se presenta ahora como una alternativa.

Al mismo tiempo, otros grupos de migrantes intentan avanzar por territorio mexicano en tren o caminando juntos en caravanas, sobre todo en el estado de Chiapas, para reclamar atención y buscar protección ante la violencia perpetrada por diversos actores armados, pese a que los retornos de personas migrantes desde el tercio norte y central hacia el sur por parte de las autoridades mexicanas son constantes.

 

Kevin*: “El principal motivo para marchar fue la violencia”

Kevin, un hombre migrante atendido por Médicos Sin Fronteras en Huixtla, México. © Yotibel Moreno / MSF
Kevin, un hombre migrante atendido por Médicos Sin Fronteras en Huixtla, México. © Yotibel Moreno / MSF

 

Tengo 22 años y soy del Huila [en el suroeste de Colombia]. Cursaba cuarto semestre de Ingeniería Industrial en la universidad. No era mi intención salir de Colombia ya que uno tiene todo allí, la familia… Tenía una vida normal, jugaba al fútbol. Soy de Millos pero me gusta más el fútbol europeo: el Barça, el Liverpool, España…

El principal motivo para marchar de Colombia fue la violencia. Mis papás tienen una finca cafetera. De repente un grupo armado nos empezó a amedrentar. Querían reclutar a los que brindamos servicio militar porque ya conocemos el entrenamiento. Por eso opté por huir. No quiero pertenecer a un grupo armado que no lucha por el bien del país, que es puro narcotráfico.

Contacté a mi hermano, que está desde hace un año en Utah (EE. UU.). Ya llevo cinco meses en México. Llegué en avión a Ciudad de México y estuve trabajando en una ferretería en el estado de México. Pero cuando quise salir del estado nos detuvo Migración. Nos hicieron quitar los cintos y los zapatos. Por suerte no perdí nada. Al día siguiente nos enviaron a 40 personas —entre ellas venezolanos, cubanos, hondureños, salvadoreños y colombianos — en autobús hasta Villahermosa (en el estado de Tabasco, sur de México). Desde allí he venido a Coatzacoalcos (estado de Veracruz) y ahora estamos esperando al tren. Todos buscábamos llegar a la frontera antes de que Trump asumiera el poder.

Si usted no tiene dinero es muy difícil moverse por México. Nadie le regala nada a uno y no se puede confiar en nadie, ni siquiera en el taxi. Recibí amenazas en el móvil.

—Chínguese 50 mil varos (50,000 pesos mexicanos) por su tranquilidad

—¿Prefiere morir que pagar feria (dinero)?

Bloqueé el contacto. Sabía que México era peligroso, pero no pensaba que se fuera a acabar la aplicación de CBP One. Estoy sufriendo también mucha discriminación pese a venir huyendo desde mi país. CBP One tenía mucho déficit. No funcionaba por orden cronológico, sino al azar. Era muy lento el proceso de selección. Desde que llegué a México lo intenté, pero nunca me dieron cita, aunque tenía la esperanza.

Ahora lo único que me queda es ir a la frontera, ingresar en EE. UU. y entregarme. Si me dieran la oportunidad, estudiaría y aprendería inglés. Mis padres me preguntan cómo estoy. Me dicen que si no puedo más que regrese… pero mi única opción sería ir a Bogotá y allí no tengo nada y a nadie. Volver a Colombia me da miedo.

 

Salma*: “Solo busco una vida mejor”

Salma, mujer migrante atendida por los equipos de Médicos Sin Fronteras en Huixtla, México. © Yotibel Moreno / MSF
Salma, mujer migrante atendida por los equipos de Médicos Sin Fronteras en Huixtla, México. © Yotibel Moreno / MSF

 

Tengo 26 años y estoy viajando con mi hija de cuatro años. Somos de Congo Brazzaville. No nos resulta fácil conseguir visados para ningún lado, pero uno lo intenta. Hay quien paga hasta 3,000 dólares con intermediarios. Conseguí visado para Brasil y tomamos un avión. Estuve seis meses allí trabajando, pero los salarios no son buenos: apenas ganaba 200 dólares al mes. Consulté TikTok para informarme sobre la ruta y prepararme moralmente. La gente dice que no es fácil. Al principio quería ir a Estados Unidos, pero nos quitaron casi todo en [la selva del Darién de] Panamá.

Desde Colombia nos llevaron en barco y llegamos a un bosque. Caminamos durante día y medio hasta llegar a la montaña que separa Colombia de Panamá, una muy grande, con laderas muy empinadas. Si te caes, te mueres… Mi niña lloraba mucho. Íbamos con nepalíes, indios, colombianos, había congoleños de ambos países, malienses, senegaleses, ghaneses, mauritanos… Hicimos dos días más de travesía por el Darién. Debido a las lluvias hubo corrimientos de tierra y algunas personas resultaron heridas. Encontramos dos cuerpos. Pasamos la noche bajo la lluvia. A la salida de la selva de Panamá, nos montamos en una piragua por 30 dólares.

Nos topamos con cuatro jóvenes armados con machetes y otras armas que nos amenazaron. Nos llevaron a un campo de bananos, taparon los ojos a los hombres y les violentaron. A las mujeres no nos hicieron nada, pero nos robaron el dinero y los teléfonos. El mío se rompió y no funciona ya. Desde entonces no he podido contactar con mi familia. A algunos también les rompieron el pasaporte. Después nos dejaron en paz y dormimos a la orilla del río.

Al día siguiente continuamos el camino hasta llegar a un campo migratorio tras atravesar un río con cocodrilos. Las autoridades nos dieron comida y nos tomaron fotos. Había diferentes organizaciones y recibimos kits de ayuda. Luego tomamos un autobús a Nicaragua (pasando por Costa Rica) y después pasamos a Honduras y Guatemala con diferentes transportes. El trayecto [por estos países de Centroamérica] duró tres días. Las bandas criminales te piden dinero, unos 700 dólares hasta llegar a Tapachula (sur de México). En Tapachula te piden otra vez dinero. En cada parada hay que dar algo.

Había venido hasta Tapachula con mi hermana, pero nos hemos separado porque ella no tenía permiso de avanzar. A mí me lo han dado porque viajo con familia. Ahora quiero tomar un tren aquí, en Coatzacoalcos, hasta Ciudad de México, aunque el permiso que me dieron en Tapachula solo me permite moverme por [el estado de] Veracruz. A pesar de ello quiero intentarlo y ver qué pasa, quizá me puedan dar un permiso de trabajo temporal. Hay otro tren que llega a la frontera con EE. UU.

Solo busco una vida mejor.

 

Natasha*: “Solo quiero que mis hijos vayan a la escuela”

Natasha, una mujer migrante atendida por los equipos de Médicos Sin Fronteras en Huixtla, México. © Yotibel Moreno / MSF
Natasha, una mujer migrante atendida por los equipos de Médicos Sin Fronteras en Huixtla, México. © Yotibel Moreno / MSF

 

Soy hondureña, tengo 30 años. Estoy en un albergue en Tapachula (sur de México) junto a mi cuñada, y mis tres hijos, dos niñas de 12 y seis años y un niño de cuatro. Mi esposo tuvo que irse antes de Honduras porque querían reclutarlo en las pandillas y desde hace un año no sé nada de él, si está vivo, si está bien.

Yo salí de Honduras en octubre, con el primer autobús, no había aún amanecido. Tenía miedo, pero ya no podíamos quedarnos allí. Teníamos un negocio, nos alcanzaba para vivir y mantener a nuestros hijos. Nos pidieron pagar para poder seguir y al principio lo hice, pero aumentaban la cuota… ya no alcanzaba ni siquiera para comer. Les dije que no podía pagarles todo, faltaba el resto del dinero.

—Puedes pagar de diferentes maneras —me dijeron.

— No puedo hacerlo frente a mis hijos —les dije.

— Busca un tiempo y regresamos.

Cuando llegaron, les ordené a los niños que se encerraran en el cuarto y que no salieran hasta que yo les avisara. Hacían conmigo lo que les daba la gana, yo solo pedía a Dios que mis niñas no escucharan. Un día me dijeron que mi niña de 12 años era muy linda. Guardé silencio y comencé a vender algunas cosas. Nos tuvimos que ir. No quería que le pasara eso a mi niña.

Llegamos en bus a Guatemala. Al cruzar el río Suchiate para entrar en México, un hombre mexicano nos protegió.

—¿Quiénes son ellos? —le preguntaron al pisar territorio mexicano.

—Son mi esposa, mis hijos y mi cuñada —respondió él.

— Como es tu familia, pasa.

Pudimos seguir, mientras un hombre se quedaba atrás. No podía dejar de ver su cara de miedo. “Se salvaron, pudieron haber abusado de tu hija”, me dijo el mexicano que nos ayudó.

Solo teníamos 1,000 pesos (alrededor de 50 dólares). Tomamos el primer taxi que vimos y le pedimos que nos llevara a un albergue. Como mujeres estamos expuestas a más peligros. Llevo tres meses aquí llena de miedo, no he pensado ni en unirme a una caravana, ni tomar un bus (autobús). Hay muchas historias, gente que con la cita [de CBP One] y con el permiso (la Forma Migratoria Múltiple, que permite moverse por México) a quienes bajan del bus y les rompen los documentos.

Hice los trámites para quedarme en México y para pedir la cita de CBP One. No sabía hacerlo y me ayudaron, pero metieron mal mis datos y nunca me salió la cita. Vivo con la angustia de no saber qué viene, con el miedo a que me encuentren. Solo quiero un lugar donde establecernos, que los niños vayan a la escuela y yo poder trabajar.

¿Pensar en volver atrás? Si esa gente no estuviera ya, podría… pero eso tampoco lo sé.

 

Mamadou: “No pensaba que la ruta sería tan compleja”

Mamadou, migrante atendido por Médicos Sin Fronteras en Huixtla, México. © Yotibel Moreno / MSF
Mamadou, migrante atendido por Médicos Sin Fronteras en Huixtla, México. © Yotibel Moreno / MSF

 

Tengo 33 años y viajo con mi esposa, Ramata, y mi hija, Aishatu, que tiene un año y ocho meses. Somos de Guinea. Viví en Guinea Ecuatorial y hasta siete años en la ciudad española de Málaga. Regresé a mi país y me involucré en un partido político y en negocios, pero hubo un golpe de Estado y la situación cada vez se complicó más, con amenazas para mi vida. Por eso decidimos marchar. Pensé en ir a Francia, pero resultaba imposible hacer los trámites en poco tiempo. Volar a Brasil resultó mucho más fácil, y de un día para otro nos fuimos, con la idea inicial de llegar a Estados Unidos.

No pensaba que la ruta migratoria sería tan compleja: desde Brasil fuimos a Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia… y finalmente nos vimos tomando una lancha para ir hacia el Darién. Dependiendo de lo que pudieras pagar te planteaban viajes de diferente duración. He visto muertos en la travesía por la selva. Si hubiera sabido que sería así, nunca me habría metido en esto.

Tras cruzar Panamá, en Honduras recibimos ayuda, como pañales para la niña, y una autorización para cruzar el país en siete días. En Guatemala todo aquel que nos encontrábamos tenía una pistola y te pedían 250 dólares para cruzar el país y luego todavía más, cuando terminabas de cruzarlo. Tras pasar el río Suchiate hasta México nos hicieron cambiar todos los dólares y nos cobraron para disponer de una tarjeta telefónica.

Ahora ya llevo dos meses en Tapachula. Cuando estaba en Perú y vi las noticias de la victoria de Trump me desanimé y abandoné la idea de ir hasta EE. UU. Hemos pedido la residencia mexicana. Me siento algo débil y por eso he venido a la clínica. En la casa donde estamos viviendo hay muchos mosquitos y he cogido malaria.

 

Herbert: “Hay familias enteras que habían esperado hasta un año para la cita”

Soy administrador del albergue Buen Pastor de Tapachula. Este albergue para personas migrantes tiene capacidad para 1,200 personas, pero hemos llegado a tener hasta 1,700. Los meses de octubre, noviembre y diciembre fueron muy movidos. Ahora solo hay unas 900 personas, entre ellas 200 niños. Hay gente de Venezuela, Cuba, Nicaragua, Honduras, Guatemala, Brasil… africanos y chinos también hemos tenido.

Tras la cancelación de CBP One, algunos están volviéndose. Hace dos días se fueron unas 50 o 60 personas. Muchos también están pidiendo ahora refugio en México.

Más de 50 personas habían recibido ya la cita de CBP One en este albergue. Es gente que ha sufrido mucho, que han sufrido amenazas por el camino. A algunos Migración [de México] los había retornado desde otros puntos del país. Aquí hay familias enteras que habían esperado hasta un año para la cita. Una familia de tres personas de Guatemala, por ejemplo.

 

*Pseudónimos para mantener la privacidad de la persona entrevistada.

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