Vidas en tránsito en el sur de México

Voces de pacientes en las clínicas móviles, hospitales y refugios de Médicos Sin Fronteras en el sur del México.

Personas migrantes que acaban de cruzar desde Guatemala esperan en un parque de Suchiate, en el sur de México, antes de continuar su viaje hacia el norte.
Personas migrantes que acaban de cruzar desde Guatemala esperan en un parque de Suchiate, en el sur de México, antes de continuar su viaje hacia el norte. © Sara de la Rubia/MSF

Testimonios de personas migrantes recogidos en las localidades de Tapachula y Coatzacoalcos, al sur de México, entre septiembre y noviembre de 2024. 

Gabriela*: “Si la violan, al menos no quedará embarazada”

Soy una madre venezolana de 45 años. Hoy me acerqué a la clínica móvil en las vías de Coatzacoalcos [estado de Veracruz] con mi hija de 14 años. Al entrar, pedí que le pusieran un implante subdérmico. Dije que prefería que mi hija tuviera el implante porque, si llegara a ser víctima de una violación en esta ruta migratoria tan insegura, al menos no quedaría embarazada. Esta ruta que recorremos por el sur de México es muy peligrosa. Todos hemos sufrido de asaltos y violencia. No soy la única madre que se enfrenta a esta realidad. Muchas de nosotras vivimos con el temor constante de que nuestras hijas y hasta nosotras mismas podamos ser víctimas de violencia, lo que genera un estrés muy grande. La inseguridad y el miedo constante afectan nuestra salud mental y la de nuestras hijas, nos mantiene en constante zozobra, preferimos mantenerlas cerca para protegerlas. Esta constante preocupación afecta nuestro bienestar general.

 

Después de cruzar el río Suchiate, los migrantes descansan en el Parque Central Miguel Hidalgo de la ciudad, en el sur de México.
Después de cruzar el río Suchiate, los migrantes descansan en el Parque Central Miguel Hidalgo de la ciudad, en el sur de México. © Sara de la Rubia/MSF

 

Marcos*: “El perro solo movió la cola y dejó que me fuera”

Soy un venezolano de 27 años. Salí de mi país hace más de cuatro meses, dejando atrás a mi esposa y a mi hijo. Hice esto después de recibir amenazas de muerte. Crucé la selva del Darién, ayudando a otras personas migrantes en el camino, y logré llegar a Estados Unidos, donde estuve detenido varios días. Una noche me dijeron que iba a salir y me montaron en un autobús. Estaba contento hasta que vi la bandera de México, me habían devuelto. En Tapachula, me uní a una caravana migrante después de enfrentar múltiples obstáculos. Durante mi travesía, fui secuestrado, golpeado y robado. Mis captores me mantuvieron amarrado por más de 10 días, me dieron una tortilla y agua solo una vez. Todos los días traían personas que me daban caramelos y un poco de agua. Ellos se iban, tenían con qué pagar. Estaba amarrado a un tubo en una choza. Un perro vigilaba mis movimientos. Pasaba horas mirándolo, recordando a mis perros en casa.

Un día, su mirada cambió y comenzó a mover la cola mientras manteníamos fija la mirada. Poco a poco se acercó hasta que dejó que lo acariciara. Logré soltar mis manos y, en medio de la noche, decidí escapar. Caminé sigilosamente mientras lo miraba. Cuando [ya] me había alejado un poco, comencé a correr. El perro solo movió la cola y dejó que me fuera sin hacer el más mínimo ruido. Gracias a él, pude escapar. Ahora me encuentro en las vías del tren, sin nada más que una chamarra que me regalaron. Me torcí el tobillo y otros migrantes me han ayudado con comida. No quiero ir a Estados Unidos, solo busco un lugar seguro, como Ciudad de México, donde pueda trabajar y eventualmente reunirme con mi familia. Extraño mucho a mi esposa y a mi hijo, y no he podido comunicarme con ellos en más de 11 días. Si pudiera, les diría que los amo y que estoy vivo por ellos.

 

El río Suchiate marca la frontera entre Guatemala y México. Los migrantes cruzan en balsas hechas con neumáticos y tablones.
El río Suchiate marca la frontera entre Guatemala y el sur de México. Las personas migrantes cruzan en balsas hechas con neumáticos y tablones. © Sara de la Rubia/MSF

 

María*: “Mi hijo merece una mamá viva y que pueda darle una mejor vida”

Hola, ¿no tendrán unos zapatos? Me duele mucho el tobillo. Los míos se rompieron cuando me torcí el pie corriendo en la noche durante la lluvia. Te voy a contar lo que me pasó. Solo volveré a repetirlo si es necesario para que me den los papeles para quedarme.

Soy una mujer hondureña de 28 años. Un día, después de que mi esposo me violó delante de mi hijo de tres años y de muchos golpes, no aguanté más. Hasta hace poco, tenía marcas de los golpes que me dio. Llevé a mi hijo con mi hermana y me fui. Cuando estaba en Guatemala, todavía sentía que venía detrás de mí. No quise exponer a mi hijo a lo que sabía que me enfrentaría y [por eso] lo dejé con mi hermana, quien ha tenido que mudarse dos veces, pero están seguros. Mi hermano me acompañó. Cuando estábamos en la frontera de Estados Unidos, él cruzó. Yo esperaba en Piedras Negras [estado de Coahuila] hasta que me avisara para cruzar. Lleva dos meses preso. A mí me retuvieron y me devolvieron a Villa Hermosa [estado de Tabasco]. Les rogué a las autoridades de migración que no me devolvieran a Honduras. No quiero que me maten.

Atenté contra mi vida dos veces cuando estaba en Honduras y era maltratada por mi esposo. Si estoy aquí es por mi decisión de no volver a ser la mujer que estaba en Honduras. Mientras estaba en la consulta y me hacían las pruebas de VIH, temblaba de miedo al pensar que podía estar contagiada. Salió negativo. Mi hijo merece una mamá viva y que pueda darle una mejor vida. Quiero llegar a Monterrey y pedir asilo. Solo quiero saber qué le pasó a mi hermano y reunirme con mi hijo.

 

Personas migrantes que acaban de cruzar desde Guatemala esperan en un parque de Suchiate, en el sur de México, antes de continuar su viaje hacia el norte.
Personas migrantes que acaban de cruzar desde Guatemala esperan en un parque de Suchiate, en el sur de México, antes de continuar su viaje hacia el norte. © Sara de la Rubia/MSF

 

Luisa*: “He tenido que aprender a valorar hasta la más pequeña de las cosas”

Tengo 52 años, viajo con mi familia. Estoy enferma y uso muletas para poder caminar. Mi experiencia con la atención médica ha sido un viaje lleno de altibajos. En la selva me rescataron después de siete días de estar perdida y moribunda. Al salir de la selva, en el campamento de Médicos Sin Fronteras, un psicólogo llamado Daniel me ayudó a superar el trauma de todo lo que pasé, le estaré eternamente agradecida. En Panamá, me encontré con la realidad de la pobreza y la falta de recursos. He tenido que aprender a valorar hasta la más pequeña de las cosas, como una lata de atún.

En Honduras, mi hija se enfermó gravemente y la atención médica en el hospital fue excelente. En México, me he encontrado con la discriminación y la falta de oportunidades. La gente me dice que algunas nacionalidades están recibiendo más beneficios, pero la realidad es que muchos de nosotros estamos luchando por sobrevivir. A pesar de todas las dificultades, he aprendido a ser fuerte y a luchar por mi familia. He aprendido a valorar la salud y la buena gente. He aprendido a ser una guerrera. En este albergue en Tapachula, al sur de México, tenemos más de cuatro meses esperando que nos salga la cita, esperaremos aquí para tener una forma segura se seguir. Aquí vienen los médicos y hacen seguimiento al tratamiento, nos escuchan y atienden como si fuéramos su familia.

 

Andrés*: “Si la gente supiera la realidad, la mitad no vendría”

Soy colombiano y tengo 46 años y dos hijos varones de 16 y 19 de edad. Con ella, mi compañera, tengo cinco años. Salimos de Colombia por persecución y para evitar problemas con la guerrilla colombiana. Atravesamos la selva. Vi mas de 500 personas en tres días. Mientras más gente más plata; a las mujeres es más fácil robarlas, violarlas, hasta matarlas. Ellos ven todo, parece que supieran quién viene. Querían que mis hijos entraran en la guerrilla y no se les puede decir que no. Pensábamos que lo peor era la selva, los ríos, los animales, el hambre. La peor selva es México. Aquí el peligro es la gente. Salimos por desplazamiento forzado y nos hemos encontrado con esto. Estoy buscando seguridad, estar tranquilo y darle paz a mi familia. Trabajar, salud, estabilidad, que los muchachos puedan seguir estudiando. Esto es como un documental de animales. Nosotros somos los ñus, las cabras… y los leones están a los lados cazando a las presas. ¿Por qué no usan toda esa plata con la que nos dan comida y la invierten en cuidarnos en el camino? La realidad es muy cruda. Si la gente supiera la realidad, la mitad no vendría.

 

*Por motivos de seguridad hemos mantenido su anonimato. Los nombres utilizados son pseudónimos.

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