Brindar salud entre los pantanos de Venezuela

MSF apoya a los servicios de salud locales en Delta Amacuro, un vasto humedal de pantanos y selva en la orilla atlántica de Venezuela
Desde el 2022, los equipos de MSF brindan apoyo a los servicios de salud locales en Delta Amacuro, un vasto humedal de pantanos y selva en la orilla atlántica de Venezuela. © MSF

Desde el 2022, los equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF) brindan apoyo a los servicios de salud locales en la remota región de Delta Amacuro, un vasto humedal de pantanos y selva en la orilla atlántica de Venezuela.

Allí viven los waraos, uno de los pueblos étnicos más grandes del país. Steve Hyde, quien ha sido Coordinador de Proyecto de MSF, describe cómo fue su experiencia trabajando en esta parte del país.

 

“Al doblar un recodo del río Orinoco, nos sorprende un gran delfín de río que salta frente al bote. Queda suspendido contra el brillante cielo tropical y, por un instante, parece que va a caer sobre mí.

Mi mente se acelera mientras ese momento se congela en el tiempo. Durante la preparación de nuestra misión médica en el delta del Orinoco hemos investigado muchos peligros: polillas venenosas, escorpiones, rayas urticantes, anguilas eléctricas, serpientes venenosas, anacondas, pirañas.

A esto se añaden ríos desbordados con enormes trozos de vegetación flotante y rápidos remolinos. Por no hablar de factores humanos, como la escasez de combustible.

Por alguna razón, los delfines voladores nunca entraron en la matriz de riesgos. Ahora parece absurdo que, después de haber esquivado todas las amenazas imaginables, esté a punto de ser aplastado por 120 kilos de mamífero marino.

Pero en una fracción de segundo, Juan*, el conductor de nuestra embarcación, frena los dos potentes motores. El ligero cambio de ritmo permite a la tonina sumergirse de nuevo en el río gris a escasos centímetros de nuestra proa.

“Hoy no, Flipper”, le digo al remolino del río. “Ha estado cerca”, le grito a Juan. Él sólo sonríe.

 

MSF presta apoyo a los servicios de salud locales en Delta Amacuro, un vasto humedal de pantanos y selva en la orilla atlántica de Venezuela
Desde el 2022, los equipos de MSF brindan apoyo a los servicios de salud locales en Delta Amacuro, un vasto humedal de pantanos y selva en la orilla atlántica de Venezuela. © MSF

 

El Pueblo de la Canoa

Juan es warao, uno de los del “Pueblo de la Canoa”. Son habitantes indígenas de la desembocadura del Orinoco, conocida en Venezuela como Delta Amacuro, un vasto humedal más extenso que Bélgica, donde uno de los ríos más caudalosos del mundo ha esculpido un laberinto pantanoso en su último tramo hacia el océano Atlántico.

Estoy aquí con Médicos Sin Fronteras (MSF) como parte de un equipo que está poniendo en marcha un proyecto sanitario en uno de los rincones más remotos de Venezuela. Tras un ajetreado mes en una base temporal, ahora estamos conduciendo nuestras dos lanchas rápidas, la del equipo médico y la de los suministros. Vamos a una comunidad lejana, Nabasanuka, donde junto con los médicos locales pasaremos la semana atendiendo a cientos de pacientes.

Como jefe de proyecto, voy en la parte delantera del barco de carga, repleto de suministros médicos, comida para el personal. Tenemos chalecos salvavidas, linternas, víveres, teléfonos por satélite, hamacas, tiendas de campaña, ropa impermeable para la lluvia torrencial e incluso un machete afilado para abrirnos paso entre la maleza si nos quedamos varados. Pero nada para las toninas.

“Eso demuestra que no se puede prever todo…”, comenta alguien después de que le cuente lo que pasó con el mamífero marino.

Así es la vida en Delta Amacuro, donde la existencia humana está en precario equilibrio entre las fuerzas de la naturaleza: el caudaloso Orinoco, las inundaciones estacionales, los muros verdes de la selva impenetrable y las mareas del Atlántico.

Dados los peligros naturales del interior de la selva -y la falta general de tierra seca-, los warao optaron por vivir a orillas del río en casas sobre pilotes, donde forjan una existencia extraordinaria ligada a los altísimos árboles de moriche.

Esta “palma de la vida” proporciona fruta, harina, bebida, tintes, fibra, techos y materiales de construcción a los habitantes del delta, y los warao son expertos en fabricar con este árbol todo tipo de utensilios, desde trampas para peces hasta hamacas y ropa.

A pesar de su remota ubicación en la franja atlántica, los warao nunca han sido aislacionistas, y durante décadas han comercializado con sus considerables habilidades pesqueras para permitir a las familias comprar alimentos y medicinas esenciales.

Pero la crisis en el país ha cambiado también la realidad de los warao, que se han quedado cada vez más aislados a medida que se agotaban los suministros de gasolina. No hay pesca ni comercio, y muchas familias se han visto obligadas a vender su último bien tangible, un motor fueraborda, para comprar comida.

Además de estos problemas, las comunidades del Delta suelen hacer todas sus actividades alrededor del río. Allí se asean, lavan, cocinan, beben e incluso hacen sus necesidades. El agua del río de la que dependen podría significar un riesgo para la salud.

Por estas razones, MSF ha tenido el Delta en su radar durante varios años, con varias visitas exploratorias y un exitoso mini proyecto en 2019 para proporcionar apoyo logístico -neveras de vacunas, botes y combustible- a las autoridades sanitarias locales para que organizaran una campaña de vacunación entre las comunidades más remotas.

 

Necesidades sanitarias en comunidades remotas

La problemática actual se pone de manifiesto durante una visita a Curiapo, un puesto de avanzada acuático en el río Orinoco, donde las casas están construidas sobre pilotes y la gente se desplaza por el pueblo en desvencijadas pasarelas de madera elevadas sobre las turbulentas aguas marrones.

“Antes teníamos una gasolinera y mercados muy concurridos donde la gente venía de todas partes a comprar e intercambiar”, explica Pedro*, un pescador local, mientras charlamos sentados en los escalones de madera que conducen al agua, donde los niños nadan para escapar del calor.

“Ahora se está convirtiendo en un pueblo fantasma”.

Efectivamente, Curiapo parece medio vacío. Es la ciudad principal de Antonio Díaz, un municipio que abarca 23,000 kilómetros cuadrados de Delta Amacuro y cientos de comunidades warao. Allí se encuentra también una escarpada montaña rica en minerales que hace frontera con Guyana y donde muchos mineros se ganan la vida a duras penas.

Pero cualquier esperanza de que desde Curiapo se pudiera administrar eficazmente este vasto territorio se desvanece rápidamente. A pesar de las mejores intenciones, los problemas de transporte mantienen a los trabajadores del sistema de salud pública atados a esta pequeña localidad -un pequeño punto en el mapa- y no pueden viajar a comunidades a las que se tardan horas en llegar incluso con el bote más rápido. Aunque tuviesen uno. Y hubiese combustible.

Cualquier lugar del Delta puede hacerte sentir pequeño, pero Curiapo es especialmente desconcertante. El pueblo está encaramado a una isla cerca de la corriente más ancha del Orinoco, donde la rápida vegetación flotante sugiere de algún modo que la tierra misma se ha desprendido y se desliza hacia el este, hacia el Atlántico gris, donde podría caer por el borde del planeta y hacia el espacio infinito.

Con esto en mente, me abro paso por las pasarelas de madera rotas -un paso en falso podría llevarme al río- mientras los loros chillan y los pájaros tejedores parlanchines de color amarillo y negro anidan en los árboles ribereños.

Al final de la pasarela hay un pequeño puesto militar donde los soldados dan una calurosa bienvenida al equipo de MSF. Se habla de que el combustible volverá a la solitaria gasolinera de Curiapo, pero nadie sabe cuándo, ni cuánto costará, ni si alguien podrá permitirse pagarlo.

“Todo el problema aquí se reduce a la falta de gasolina”, me vuelve a recordar Pedro. “Todo el mundo vuelve a sus curiaras**”.

Muchos lugareños se enfrentan ahora a épicos viajes de una semana en sus pequeñas canoas para encontrar comida, medicinas y oportunidades.

Ésta es, pues, la imagen perdurable del Delta: una familia warao cuidadosamente sentada en una ligera canoa cuyos lados sobresalen apenas unos centímetros por encima del embravecido Río Orinoco, con incluso el niño más pequeño remando furiosamente contra la cuarta mayor descarga de agua dulce del planeta.

Los niños warao saben remar en canoa casi al mismo tiempo que aprenden a andar. Pero para desplazarse se necesita algo más que habilidad con la canoa: los habitantes del Delta también deben dominar las fuertes mareas que pueden invertir el curso del río o provocar peligrosas olas y corrientes cruzadas. Los vientos oceánicos pueden ayudar a impulsar las canoas río arriba si izan una pequeña vela triangular, pero eso conlleva nuevos riesgos.

“Navegar con las canoas es más rápido, pero se vuelven inestables”, explica Pedro en Curiapo. “En mi último viaje volcamos en mitad del río y casi todos nos ahogamos”.

Pedro consiguió sujetar a un niño pequeño – “que entraba en pánico y lloraba mientras el río intentaba llevárselo”- mientras los demás tripulantes enderezaban y achicaban la canoa.

Esta historia se me queda grabada en la cabeza mientras nuestro equipo de MSF se dirige cinco horas en lancha rápida por el bajo Delta hacia Nabasanuka, nuestra primera brigada médica tras un mes de planificación. El viaje de medio día a 200 caballos de fuerza nos llevaría seis días con remo en mano.

Nabasanuka está situado en un ancho canal fluvial bordeado de casas de madera de listones sobre verdes bosques de moriche y es un centro sanitario para comunidades aún más alejadas. Hay un pequeño ambulatorio, un médico y varias enfermeras, y -de vez en cuando, cuando alguien encuentra combustible para un generador- una antena de telefonía que proporciona una irregular conexión a Internet.

Pero los servicios son escasos, el suministro médico es intermitente y los médicos locales no tienen forma de llegar a las comunidades periféricas. Ésta es sólo nuestra primera visita, y tenemos mucho que aprender, pero ya se ha corrido la voz de que MSF está aquí. Los warao llegan en canoas desde comunidades situadas a muchas horas de distancia.

 

MSF apoya los servicios de salud locales en Delta Amacuro, un vasto humedal de pantanos y selva en la orilla atlántica de Venezuela
Desde el 2022, los equipos de MSF brindan apoyo a los servicios de salud locales en Delta Amacuro, un vasto humedal de pantanos y selva en la orilla atlántica de Venezuela. © MSF

 

Atención primaria a pesar de las dificultades de acceso

El ambulatorio ya está abierto y atiende a un flujo de pacientes con problemas respiratorios y gastrointestinales. Algunos de los pacientes más enfermos permanecen en observación y otros pasan la noche durante los cuatro días que dura la visita.

Acabo ayudando a rellenar formularios en el mostrador de registro de pacientes, una mala elección teniendo en cuenta que mi español dista mucho de ser perfecto y mi warao inexistente. Tardé una semana en aprender a decir “Na-ba-sa-nu-ka”.

“¿De dónde eres?”, le pregunto a alguien.

“Janakojobaro”, responde.  “¿Janako-qué?” le respondo. Al final, con un poco de ayuda de las enfermeras del ambulatorio, lo consigo.

También apunto el número de horas de distancia en canoa. Incluso eso me lleva algunos intentos, ya que todos se quedan en blanco cuando les pregunto cuánto tiempo estuvieron remando para llegar hasta aquí. Entonces tropiezo con la frase correcta: “tirando del remo”.

“Winikina. Una hora”. “Bonoina. Dos horas”.  “Kuberuna. Tres horas”.

Me doy cuenta de que, aunque nuestra llegada a Nabasanuka ha cerrado la brecha de distancia para los servicios médicos, todavía queda mucho más Delta ahí fuera. MSF planificará actividades de divulgación con sus lanchas rápidas para que más personas acudan a los servicios sanitarios en lugares aún más remotos.

De esa manera podríamos encontrar respuesta a una pregunta clave: ¿cuántos warao siguen en el Delta?

Otras organizaciones han informado de que miles han huido a las vecinas Guyana y Brasil, otros se han trasladado a lugares aún más precarios de Venezuela, viviendo en la calle o trabajando en minas ilegales. Nadie sabe con certeza cuál es la población que queda y cuál es la mejor manera de ayudarla. Esperamos encontrar respuestas pronto.

Mientras tanto, en el ambulatorio de Nabasanuka, mi confuso intento de anotar los topónimos de los warao causa cierta gracia entre los pacientes que esperan.

“Alguien me pregunta: “¿De dónde es usted? Resulta que para los warao, “los ingleses” son de la cercana Trinidad. Así que ahora hablamos de una Inglaterra aún más lejana.

Miro fuera del ambulatorio y al otro lado del caño, donde siguen llegando canoas llenas de familias. Más allá, el canal se une a un brazo de río más rápido que pronto desemboca en el Atlántico. Desde la desembocadura del Orinoco, hay 4,000 millas náuticas en línea recta a través de un océano gris hasta llegar al río Támesis en Londres.

Hago algunas cuentas aproximadas en mi cabeza. “160 días tirando del remo “, concluyo. Nadie parece convencido.

Más tarde, quizá como prueba, algunos aldeanos invitan al equipo de MSF a remar en una curiara cerca de la orilla. Llevo todo el día viendo a los niños warao propulsar sus canoas en línea recta a lo largo del caño.

“Seguro que es fácil”, me digo, con el exceso de confianza que me caracteriza.

Pero no lo es en absoluto.  Acabo remando en círculos locos alrededor del caño hasta que una maniobra aleatoria me devuelve a la orilla.

Enhorabuena a los warao por dominar este estilo de vida acuático en el fin del mundo. Y enhorabuena a MSF por apoyarles a ellos y a otras comunidades del Delta.

Médicos Sin Fronteras seguirá en Delta Amacuro. Mi trabajo ha terminado, me voy a casa.

Sentado en el avión, siento una abrumadora sensación de privilegio por haber formado parte de la corriente del Orinoco. Con sus canoas, sus puestas de sol, sus loros chillones, sus monos aulladores y sus resistentes habitantes humanos.

Y, por supuesto, los delfines de agua dulce. Siempre que permanezcan en el río.”

 

 

En Médicos Sin Fronteras trabajamos en Venezuela en articulación con las autoridades sanitarias, de manera imparcial, neutral e independiente. Actualmente tenemos operaciones en los estados Amazonas, Anzoátegui Bolívar y Delta Amacuro.

*Los nombres han sido modificados para resguardar la privacidad de las personas

** Embarcación de remo, más ligera y larga que la canoa.

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