“La hoja de taro como metáfora de la experiencia rohingya”

Se cumplen ocho años del éxodo, cuando más de 700,000 rohingyas llegaron al Bangladesh huyendo de una campaña de violencia extrema a manos del ejército de Myanmar.

El ceramista rohingya Bishi Bala Rudro y Kali Kumar Rudrio junto a su obra. Bangladesh, 2025.
El ceramista rohingya Bishi Bala Rudro y Kali Kumar Rudrio junto a su obra. Bangladesh, 2025. © Victor Caringal/MSF

Ruhul Amin y Arunn Jgan se conocieron hace ocho años en Bangladesh, cuando más de 700,000 rohingyas llegaron al país huyendo de una campaña de violencia extrema a manos del ejército de Myanmar. Durante casi una década han trabajado juntos colaborando en proyectos que desafían los límites de lo que significa brindar atención. Aquí, ellos discuten su asociación creativa y su amistad continua. Ambos son colegas de Médicos Sin Fronteras (MSF).

 

Nurul refugiado rohingya en Moricha, Bangladesh.
“Cuando el agua cae sobre una hoja de taro, esperamos que deje una huella. Esta es nuestra huella, especialmente para cuando regresemos”. Nurul, refugiado rohingya en Moricha, Bangladesh. © Victor Caringal/MSF

 

Arunn: Cuando conocí a Ruhul, él y su familia acababan de cruzar la frontera hacia Bangladesh solo con la ropa que llevaban puesta. No lo conocía, pero me dijo que trabajaba para MSF en Myanmar, así que sentí una conexión. Fue desgarrador escuchar cómo lo perdió todo.

Le señalé la oficina donde podía cobrar su salario, él me dijo que necesitaba agua y nos fuimos por caminos separados.

Ruhul: Cuando conocí a Arunn, no lo vi bien. Vi a un hombre de piel oscura que dijo que vivía en Australia. No recordaba su nombre ni sabía si era Tamil, una comunidad que también enfrentó atrocidades. Mi mente estaba enfocada en sobrevivir. ¿Dónde íbamos a dormir? ¿Cómo íbamos a comer? Estaba totalmente cansado. Sentí como si estuviera flotando en un océano, sin saber a dónde podía ir. Pensé que volvería a casa, pero no sabía que ocho años después aún no podría regresar a mi tierra natal.

 

Este intercambio momentáneo fue el inicio de una asociación duradera. Ruhul y Arunn trabajaron juntos a través de respuestas de emergencia y programas humanitarios de largo plazo. Pero seguían volviendo a una pregunta: ¿qué significa brindar atención? La atención médica siempre será esencial, pero sobrevivir no es lo mismo que vivir. Y los rohingya luchan por hacer ambas cosas.

 

 Senu Anara, refugiada rohingya junto a su obra, dibujo de una hoja de taro.
“Nunca pensamos que los gobiernos de Rakáin y Myanmar nos expulsarían. La hoja de taro es nuestro documento y nosotros somos el agua. Si mostramos esto al mundo, tal vez nuestra huella perdure”. Senu Anara, refugiada rohingya. Bangladesh © Victor Caringal/MSF

 

Ruhul: En 2017, MSF fue una de las primeras ONG en comenzar a trabajar en los nuevos campos que se crearon tras el éxodo masivo de rohingyas de Myanmar. En dos semanas, construimos una red de trabajadores de salud comunitarios. Teníamos un trabajo simple: llevar a los enfermos al hospital y decirle a la población dónde encontrar ayuda médica. Las personas llegaban con heridas de bala, cortes de cuchillo e infecciones no tratadas. No había baños, refugios ni carreteras.

Recuerdo a tres mujeres inconscientes en el barro, con moscas sobre ellas. Pagué a los miembros de la comunidad 600 taka (alrededor de 6 dólares) de mi propio bolsillo para llevarlas al hospital de MSF. Solo teníamos ambulancias humanas, personas que llevaban a los enfermos en camillas de bambú improvisadas o a sus espaldas.

Arunn: Fue crudo. Me recordó el desplazamiento de mi propia comunidad: cientos de miles de familias cargando todo lo que podían; decenas de personas con heridas de bala; el olor a humo aún fresco en sus ropas; y familias desesperadas por encontrar a sus hijos e hijas después de haber sido separadas en el caos. Estábamos construyendo hospitales en seis semanas, bombas de agua en días. Había poco tiempo para detenerse y sentir algo.

Ruhul: Recuerdo haber sentido algo. Cuando volví a ver a Arunn años después, me di cuenta de lo que era: el poder de las relaciones que se construyen con el tiempo.

 

Con el paso de los años, las necesidades cambiaron. Las heridas de bala sufridas en Myanmar se convirtieron en afecciones médicas crónicas. Grandes epidemias de difteria, sarna y hepatitis C comenzaron a amenazar a la comunidad, de manera incontrolada y rápida. La comunidad rohingya enfrentó nuevos desafíos que surgieron con la vida como personas refugiadas.

La infraestructura mejoró, pero las esperanzas para el futuro se atenuaron. La pandemia de COVID-19 y las políticas de contención trajeron restricciones de movimiento, una cerca de alambre de púas y una reducción de la ayuda.

El campo, que alberga ahora a más de 1,3 millones de personas refugiadas rohingya, algunas durante décadas, otras solo por meses, se ha convertido en un barrio marginal de bambú y lona. Las y los bebés nacen y las personas envejecen… en el limbo.

 

Sahat, fotógrafo y refugiado rohingya junto a una fotografíade una hoja de taro. Bangladesh.
“La hoja de taro en mi foto muestra al mundo que nuestra crisis continúa, que seguimos aquí. El mundo es lo suficientemente grande como para llevarnos, pero nos tratan como agua en una hoja de taro: nunca se nos da un lugar donde descansar”. Sahat, fotógrafo y refugiado rohingya. Bangladesh. © Victor Caringal/MSF

 

Ruhul y Arunn ahora se preguntan: ¿Qué sostiene a una persona cuando desaparece la financiación? ¿Y cuando el estatus legal de una persona no ha cambiado en 40 años? ¿Qué significa realmente ser apátrida y qué significa eso para quienes están a su lado?

Arunn: Volví a ver a Ruhul en 2019. Fue entonces cuando sentí que nuestra conexión creció. Una vez me dijo que pasaron cuatro años antes de que se sintiera lo suficientemente seguro como para decirme lo que realmente significaba ser apátrida.

Ruhul: No lo llamé apatridia. Simplemente lo llamé vida. No esperaba educación. No pensé que se nos permitiera recibir atención médica. No esperaba libertad de movimiento. Pensé que la educación y las oportunidades eran solo para algunas personas. Nuestra imaginación sobre lo que podrían ser nuestras vidas era muy limitada. Solo cuando dejamos nuestro hogar comprendimos cuán profundamente se nos habían negado nuestros derechos. Esa comprensión es dolorosa. No solo daña tu cuerpo. Te duele la mente.

 

De esta conversación nació una idea. Si la ayuda médica está destinada a curar el cuerpo, ¿qué cura la parte de nosotros que se pregunta si importamos?

Se propusieron crear un proyecto arraigado en la existencia, la cultura y las historias de las personas, para ayudar a las población rohingya a expresarse, resistir el borrado y mantenerse conectados con quienes son. Encontraron artistas australianos y rohingyas cuyo trabajo y mentalidad estaban arraigados en estos principios, y juntos formaron la Asociación de Defensa Creativa (CAP, por sus siglas en inglés).

 

"Nuestros platos reflejan una cultura profunda y arraigada en Myanmar. A través de esta comida, espero que el mundo lo vea y nos ayude a regresar". Rayhana, refugiada rohingya en Bangladesh.
“Nuestros platos reflejan una cultura profunda y arraigada en Myanmar. A través de esta comida, espero que el mundo lo vea y nos ayude a regresar”. Rayhana, refugiada rohingya en Bangladesh. © Victor Caringal/MSF

 

Ruhul: Un símbolo comenzó a surgir en nuestros talleres: la hoja de taro. Inspirado en un proverbio Rohingya “Honsu-fathar Phani”, que dice que el agua no deja marca en la hoja de taro.

Arunn: La superficie de una hoja de taro es cerosa, lo que hace que una gota de agua ruede sin dejar rastro.

Ruhul: Es un símbolo de cómo el mundo convierte a los rohingya en apátridas y trata de no dejar huella en nosotros. Pero todavía estamos aquí. Y dejamos huella.

Arunn: Los adultos, niños,niñas y artistas rohingya hicieron sus propias hojas de taro. Ver a las personas transformarse a través de la creatividad fue profundo. Un ceramista rohingya nos dijo que su casa fue destruida hace ocho años, pero que huyó recientemente. El peso de ese borrado lento es insoportable. Y, sin embargo, en este espacio compartido, la polación comenzó a abrirse. Incluso las tensiones entre las identidades religiosas y étnicas comenzaron a suavizarse. Ese es el poder de crear juntos.

Ruhul: Pero no se trata solo de expresarnos. Se trata de sobrevivir. Las ONG se irán. La financiación se agotará. No queremos depender de las ONG por el resto de nuestras vidas. Nos avergüenza depender de los demás. Pero si nos mantenemos conectados con nuestra cultura, nuestra identidad, nuestras relaciones, también pueden sobrevivir. Las relaciones son la medicina más importante.

 

La tejedora rohinyá Nuru Sabar junto a su obra de arte con hojas de taro tejidas en red.
La tejedora rohinyá Nuru Sabar junto a su obra de arte con hojas de taro tejidas en red. Bangladesh, 2025 © Victor Caringal/MSF

 

Arunn: Ruhul me dijo que siente que la luz dentro de él se está atenuando. No porque se haya rendido, sino porque el peso de la desconexión, del movimiento, del cuidado, de la oportunidad, se está volviendo más pesado. Escucho la palabra “destino” mucho más que “esperanza” y “futuro”.

Ruhul: No estoy solo, muchos en los campos lo sienten. Para nosotros este proyecto no es una actividad paralela; es una forma de mantener viva la luz. Todavía enfrentamos enormes desafíos de salud, con recortes en las raciones de alimentos, fiebres inexplicables y malas condiciones de vida. Los recortes de fondos de USAID y el Reino Unido están paralizando nuestro futuro: decenas de centros de salud han cerrado. Incluso mi hijo necesitaba atención urgente y nadie cubría la cirugía.

Arunn: No se trata de reemplazar la ayuda médica con una defensa creativa. Se trata de reconocer que, sin ambos, lo que queda de un pueblo se vuelve rápidamente irreconocible. La atención holística reconoce la necesidad humana de reconocimiento, conexión y pertenencia, no solo vendajes limpios o raciones nutricionales. Ahí es donde debe ir el trabajo humanitario.

Ruhul: En un lugar donde a las personas se les niega la nacionalidad, el movimiento e incluso la atención médica, el simple acto de dar forma a la arcilla, tejer bambú o contar una historia se convierte en un acto de resistencia y dignidad. Dice: “Todavía estamos aquí. Todavía lo sentimos. Todavía importamos”.

 

La hoja de taro
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