Testimonios de mujeres sobreviviendo el miedo en la ruta migratoria 

“Me persigue el temor hasta en los sueños. Mi hija me dice: “mami, soñé que nos caíamos del monte otra vez”. A veces quiero olvidar, pero eso no se olvida. Nos salvamos, sí, pero eso también deja cicatrices”. 

Una de las promotoras de salud escucha la plática de la familia Brito sobre cómo fue su experiencia por el Darién.
Foto de archivo. Una de las promotoras de salud de MSF escucha a la familia Brito sobre cómo fue su experiencia migratoria por el Darién. © Laura Aceituno/MSF

Los testimonios fueron recopilados en terreno con mujeres migrantes y posteriormente editados para mayor claridad y fluidez. Todos los nombres fueron cambiados para respetar la privacidad de las personas.  

 

Yolanda, 25 años – Ecuador 

Reynosa, frontera norte de México con Estados Unidos. 

Mis emociones eran de preocupación y tristeza, porque si no tenías plata te llevaban a una esquina y te tocaban. Con tal de que no le metan mano a mi hija, tenía que acceder. Fue demasiado feo. Me volví sobreprotectora. Me daba miedo que la lastimaran en todos los lugares. 

Pasar el Darién fue el mayor miedo. Un león nos venía rugiendo atrás y yo decía: ¿a qué hora sale y se come a mi hija? En los acantilados, mi hija se agarraba con fuerza y yo tenía miedo de que se le soltara la manita y se cayera. ¿Por qué ella tendría que vivir eso? 

Me persigue el temor hasta en los sueños. Mi hija me dice: “mami, soñé que nos caíamos del monte otra vez”. A veces quiero olvidar, pero eso no se olvida. Nos salvamos, sí, pero eso también deja cicatrices. 

 

Personal de MSF brinda consulta médica a una mujer migrante que viaja con un niño en el estado de Oaxaca, al sur de México.
Foto de archivo. Personal de MSF brinda consulta a una mujer migrante que viaja con un niño en el estado de Oaxaca, al sur de México. © Adri Salido

 

Luisa, 24 años – Venezuela 

Esquipulas, frontera sur de Guatemala con Honduras 

Estamos muy tristes, porque veníamos con ese sueño americano. No tenemos casa, no tenemos dónde meter a esos niños en Venezuela. Allá es más fácil conseguir una casita, mandar dólares. Pero nos quedamos aquí. Y trabajando en todos los lados que se puede. 

Dormimos varios días afuera de la OIM. Nos robaron el bolso donde teníamos todo. Por suerte, los documentos estaban en otro. Si no, nos quedábamos indocumentados. Las organizaciones nos ayudaron con una vivienda por once días. Después, otra vez en la calle.

Cada vez que veo a mis nietos durmiendo en el piso, se me rompe el corazón. Uno viene con una idea, con esperanza, y aquí te das cuenta de que todo puede salir mal. Pero seguimos, por ellos, siempre por ellos.  

 

Persona migrante en Pisdras Negras, ingresa a la clínica móvil de Médicos Sin Fronteras
Foto de archivo. MSF brinda atención a personas migrantes en México. © MSF

 

Liz, 43 años – Honduras 

Tapachula, frontera sur de México con Guatemala 

Tuve cuatro hijos, pero me los quitaron. Dejé de verlos cuando tenían cuatro años. Salí de mi país porque sufría violencia. Violencia verbal, física, amenazas de muerte. Me querían matar. Por eso hui. 

Desde niña he vivido mucho sufrimiento. A los nueve años mi mamá me regaló a una tía. Volví a casa casi a los 16. Decían que mi papá tocaba a mis hermanas, pero yo no lo creía. Cuando regresé, también sufrí abusos. Me tocaban los pechos, pero nunca supe quién era. Me paralizaba. Quería prender la luz, pero no podía. Me quedaba encerrada en ese miedo. 

Después me casé. Mi esposo me golpeaba mucho. Tengo una cortada en la cara, dos puñaladas en las piernas, un golpe en la cabeza con un revólver, otro en la nariz con un plato de vidrio. Son cosas que no se borran. Las que se ven… y las del corazón. Solo Dios puede sanar eso. 

Dormí muchas veces en la calle, en parques. Pedí ayuda, pero no siempre me la daban. Mendigué. Dormía donde se pudiera. Pensé en quitarme la vida más de una vez. He tenido miedo de perder la cabeza. Hasta llegué a tener alucinaciones. Pero sigo fuerte, porque mis hijos me necesitan y porque quiero salir de esta historia de tanto maltrato. 

Esto es un mensaje para las mujeres que reciben violencia: abandonen esa violencia, que no esperen lo que me pasó a mí, salgan adelante solas, así como lo he hecho yo con cuatro hijos. Yo sé que cuando mis hijos vayan creciendo y vayan entendiendo todo el proceso que yo pasé y mis hijos vayan compartiendo ese amor conmigo sé que esas cicatrices van a ser borradas, yo lo sé que sí. 

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