Crisis rohingya: Vacunando a los niños del campo de refugiados más grande del mundo

Natasha Lewer regresó de Bangladesh hace poco. En este blog, describe su estadía junto a la enfermera Chrissie McVeigh dentro del campo de refugiados de Kutupalong; cuando Médicos Sin Fronteras se apresuró a vacunar contra la difteria a tantos niños como fuera posible.

Natasha Lewer regresó de Bangladesh hace poco. En este blog, describe su estadía junto a la enfermera Chrissie McVeigh dentro del campo de refugiados de Kutupalong; cuando Médicos Sin Fronteras se apresuró a vacunar contra la difteria a tantos niños como fuera posible.  

Son las 8 am de un día a finales de marzo y una multitud se ha reunido en las puertas del hospital de MSF en Kutupalong, Bangladesh. Todos son voluntarios rohingyas listos para participar en el último día de una campaña de vacunación masiva contra la difteria en el campo de refugiados más grande en el este de Bangladesh, que es hogar de unas 300,000 personas.

En medio de ellos se encuentra Chrissie, enfermera de MSF, con un portapapeles, una mochila y usando un shalwar kameez, orquestando las actividades del día. Se van en dos minutos, a toda velocidad, esquivando rickshaws – son vehículos ligeros de dos ruedas que se desplazan por tracción humana– y camiones sobrecargados, a través del ajetreado camino hacia la entrada al campo improvisado de Kutupalong: un vasto y denso laberinto de cabañas que se extiende a través de las colinas hacia la lejanía.

Para Chrissie y el equipo de alcance comunitario, este es el comienzo de un viaje de siete horas a pie, que involucra el subir y bajar de colinas, cruzar puentes de bambú, zigzaguear el campo y llegar hasta sus límites más remotos. Todo esto en el pico de la temporada de sequía y calor.

Previniendo el siguiente brote

Un brote de difteria estalló en los campos en diciembre de 2017, el primer gran brote de esta enfermedad en décadas. Al ser una enfermedad transmitida por el aire, se propagó rápidamente a través de los sobrepoblados campos de refugiados, infectando a 6,000 personas y provocando 40 muertes, la mayoría de niños.

La campaña de vacunación, organizada conjuntamente entre el Ministerio de Salud de Bangladesh, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y MSF, se asegurará de que no vuelva a suceder otro brote de esta magnitud.

El Ministerio de Salud ha tomado la delantera sobre la parte práctica de la campaña, proporcionando equipos de aplicadores de vacunas, supervisando la cadena de frío (las vacunas son sensibles al calor y deben mantenerse frías para que sean eficaces) y distribuir las vacunas. La OMS ha proporcionado capacitación de personal y recopilación de datos, y además alertará sobre las áreas que podrían haber sido desatendidas. El papel de MSF ha sido proporcionar apoyo logístico y equipos de vacunación adicionales, la movilización de la comunidad y, lo más importante, la realización del plan.

– “Exactamente, ¿cuál es el plan?”, le pregunto a Chrissie.

– “Vacunar a tantos niños como sea posible”, es su respuesta.

Desde cada montecillo del campamento puedes ver un puñado de los 62 sitios de vacunación, cada uno con una bandera amarilla ondeando y un equipo de 10 personas que intentará vacunar entre 350 y 400 niños en el transcurso de este último día.

"Si podemos vacunar a 25,000 niños hoy, habremos alcanzado nuestro objetivo", dice Chrissie.

 

Construyendo la confianza

La mayoría de los refugiados Rohingya en Bangladesh no recibieron ni siquiera atención médica básica en Myanmar. No tienen experiencia con las vacunas. Como resultado, abundan los rumores y algunas personas creen que las agujas tatuarán la piel de sus hijos, por ejemplo.

Debido a esta desinformación y desconfianza dentro de la comunidad, el terreno tuvo que prepararse cuidadosamente antes de comenzar la campaña. MSF contó con la ayuda de 100 voluntarios Rohingya, todos ellos viven en el campo y lo conocen a profundidad.

"Como voluntarios, utilizamos el conocimiento de nuestra cultura y costumbres, y sobre la forma de pensar de la población, para brindar apoyo por parte de la comunidad", dice Ruhul, el supervisor voluntario. "Discutimos los problemas y después encontramos una solución".

Junto con Zakhir y Shamshu Alam, también voluntarios, Ruhul se acercó al imán principal, además de otros líderes religiosos y de la comunidad, para convencerlos y hablarles sobre la importancia de la campaña. Sólo con su aprobación, estarían seguros de que las personas en los campos permitirían que sus hijos fueran vacunados.

Ruhul y Chrissie cruzan un delgado puente con dos postes de bambú, para dirigirse hacia una cabaña con una bandera amarilla que se encuentra en la colina. Ruhul lleva una sombrilla para protegerse del feroz sol; Chrissie se detiene en una bomba de mano para empapar su bufanda con agua y envolverla sobre su cabeza. “Durante estos días las temperaturas llegan de los 32 a los 40 grados”, dice Chrissie, “y puede ser todo un desafío alentar a las personas a salir de sus hogares a mitad del día.

Para alentarlos, un voluntario con un megáfono recorre el área para recordar a las personas, con su potente voz, que esta es su última oportunidad para proteger a sus hijos de la difteria.

Dentro de la cabaña que se encuentra en la cima de la siguiente colina, Alif y Sarmin revisan las cartillas de vacunación y aplican las vacunas a toda una fila de niños. Los más pequeños lloran, se retuercen en las piernas de sus hermanas mayores, pero los más grandes sonríen estoicamente mientras reciben sus inyecciones y luego extienden los deditos para que les marquen las uñas con un rotulador negro.

El objetivo es vacunar a todos los niños de entro seis semanas y 15 años. Como muchas de las chicas mayores son reacias a aventurarse a ir a los sitios de vacunación, las vacunadoras como Sarmin reúnen a todas las adolescentes del vecindario en una casa y las vacunan en privado.

 

El registro

Chrissie y Ruhul se dirigen hacia el siguiente sitio, cruzan senderos estrechos alrededor de las casas, pendientes resbaladizas y caminan por los bordes de pequeños valles repletos de plantíos de arroz y otros cultivos. Pasan cerca de vendedores que pasan de puerta en puerta, por tiendas que venden alimentos y muchachos que cargan sacos de leña. Todo el campo está repleto de actividad, pues sus habitantes se están preparando para la próxima temporada de lluvias. Por esta razón, Chrissie y Ruhul con frecuencia se apartan para dar paso a los hombres que balancean fardos de bambú sobre sus hombros y niños que recolectan cubetas llenas de barro para las reparaciones de la casa.

Para mí, caminar por los campos y estar al pendiente de los puntos de vacunación es un privilegio,” dice Chrissie. “Es raro tomar el camino principal, normalmente caminas al lado de las casas de las personas, observando los detalles de sus vidas; así tienes la posibilidad de detenerte a saludar. Esto es lo que MSF entiende por “proximidad, es lo que creemos y lo que debemos hacer. No nos sentamos en una oficina diciéndole a alguien que haga el trabajo. El caminar por el lugar, conocer a las personas, escuchar sus preocupaciones y brindarles algo de seguridad…de eso se trata."

La última parada es el punto de distribución cerca del camino principal, donde los equipos se encuentran para entregar sus registros del día. El Dr. Jobayer, de la OMS, ingresa los datos directamente en su computadora. Confirma que, en las tres rondas de la campaña, un total de 340,000 niños fueron protegidos contra la difteria en el mega campo de refugiados de Kutupalong-Balukhali, un logro impresionante.

 

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