Madagascar: explorando áreas afectadas por la desnutrición

El enfermero Benjamín y el resto del equipo de MSF continúan su trabajo para encontrar las áreas del país más afectadas por la desnutrición.

Salimos de nuestras tiendas alrededor de las 6 am. Pronto se hace presente el sonido de la cafetera sobre el fuego que hemos prendido con leña. En silencio, todos beben el líquido caliente, mirando las montañas. Todo parece una expedición de montañeros italianos.

Levantamos el campamento y cargamos todo a la 4×4 antes de dirigirnos al noreste, a través de la sabana incendiada y ríos secos. Además de algunas piedras en el suelo, no hay rastro de construcción humana hasta que la mirada se encuentra con las respuestas distantes de la tierra. No hay ni un avión en el inmaculado cielo.

 

 

Somos cuatro en el auto. Está Santatra, nuestro encargado de almacén que ha aceptado ser nuestro traductor; Patrick, el conductor que nos lleva con pericia por las pendientes más pronunciadas, y finalmente Joaquín, el experimentado logista a quien logré convencer para que nos acompañe en esta nueva hazaña a pesar de su apretada agenda en trabajo en la base de MSF.

Este viaje de reconocimiento debería permitirnos identificar aquellas áreas donde la desnutrición está golpeando con más fuerza en la comuna de Mahaly, ubicada en el extremo norte del distrito. Estos datos permitirán a los gestores del proyecto decidir a dónde deben enviar nuestras clínicas móviles.

Vohitelo y Behareno

Vohitelo es un pequeño pueblo con casas de barro, parece que algún día podrían colapsar sin previo aviso. Los niños y niñas al principio son cautelosos, pero poco a poco se acercan cuando nos ven a Joaquín y a mí hablando tranquilamente con el jefe del fokontany. La situación que describe es preocupante. Debido a la falta de cultivos suficientes y sin la distribución del Programa Mundial de Alimentos (PMA) cerca, las personas comen tubérculos apenas comestibles a los que llaman makalioso y que les enferman. Identificamos a varios niños y niñas con desnutrición y nos enteramos de al menos dos muertes relacionadas con kéré en el último mes. El centro de salud, al parecer, se quedó sin Plumpy'Nut (un suplemento alimenticio para combatir la desnutrición aguda o moderada).

Continuamos nuestro viaje hasta el siguiente fokontany, Behareno, al que llegamos después de una hora y media, más 10 minutos de caminata. Allí la situación no es mejor. Además del hambre, los lugareños nos cuentan las incursiones de los dahalos, hombres armados con rifles que llegan en decenas por la noche y se llevan todo lo que encuentran, desde comida hasta utensilios de cocina. "Solo tenemos dos ollas para todo el pueblo", explica una de las mujeres del grupo. También evocan, con gestos avergonzados, las violaciones y secuestros de los que en ocasiones son víctimas.

 

 

Dahalos

Por la noche, bastante después del anochecer, nos sentamos en el único restaurante de Mahaly, el pueblo donde hemos instalado nuestro campamento. Joaquín hace reír a las y los niños del pueblo mostrándoles un video de la caricatura "Madagascar" en su teléfono. Luego, analizamos nuestro día con un plato de pasta y coincidimos en la necesidad de traer un equipo a la zona.

Alrededor de las 7 pm, nos alertan repentinamente unos gritos y unos pasos apresurados. Parece que se han visto dahalos cerca del pueblo. Volvemos al puesto de gendarmería. Un hombre me ordena que apague los faros para ser más discretos.

Unos minutos después, escuchamos un solo disparo, probablemente efectuado por un aldeano para advertir a los hombres armados que el pueblo está listo para defenderse. La tensión disminuye y pronto volvemos a escuchar las conversaciones de los adultos y los juegos de los niños y niñas. Como precaución dormimos completamente vestidos, listos para evacuar rápidamente en caso de algún problema.

Al día siguiente partimos en moto hacia el pueblo de Babaria, situado en el extremo norte de la región. Todas las personas que conocimos nos advirtieron que el acceso sería extremadamente difícil, casi imposible, y nos recomendaron no intentar el viaje. Hemos recopilado información alarmante sobre esta zona ubicada cerca de las montañas, a unas ocho horas de camino desde la capital Mahaly.

 

 

Después de aproximadamente una hora y media de recorrido por la autopista en mal estado, una de las motocicletas se descompone. Joaquín desmonta la bujía para limpiarla y la máquina vuelve a arrancar, antes de detenerse unos kilómetros más adelante. Esta vez, quita y limpia todo el carburador, pero la máquina se niega obstinadamente a arrancar.

A pie

Al no poder andar en moto, insisto en que Joaquín siga hacia Babaria, llevando al guía y al traductor en las otras dos motos, para que podamos seguir haciendo el trabajo, a pesar de la avería. Durante este tiempo, el conductor restante y yo comenzamos el viaje de regreso a pie, turnándonos para empujar la motocicleta que se ha convertido en un peso muerto.

De repente me asalta una duda.

"¿Misy rano ianao?" (¿Tienes agua?)

“Ah, tsisy”, responde el otro con una mirada de angustia.

Desenrosco la tapa de mi botella: hay 600ml de agua para repartir entre mi compañero de infortunio y yo. No me preocupa porque dada la distancia recorrida, deberíamos regresar a Mahaly antes de que anochezca, incluso a pie. Sin embargo, mi compañero y yo estamos de acuerdo en que nos racionaremos porque solo hay un río en nuestro camino de regreso.

De vuelta a Mahaly

Me limpio el sudor de los ojos. A lo lejos, las laderas de las montañas forman magníficas cortinas. Caminamos en silencio, empujando la motocicleta en las subidas y reteniéndola en los descensos. El silencio sólo lo rompe el viento que susurra la hierba alta.

Llegamos al río después de tres horas de caminata y el conductor, apático, decide volver a probar suerte con la moto. Increíblemente, comienza. Sin duda un problema de sobrecalentamiento del motor ha sido rectificado por esta larga pausa, permitiendo que el motor se enfríe.

Encantados de haber superado los últimos kilómetros, nos subimos en nuestro caprichoso corcel y nos lanzamos hacia Mahaly sin pensarlo dos veces.

Nos encontramos con Joaquín por la noche. Tampoco pudo llegar a Babaria, debido al estado de la carretera. Tuvo que desistir a siete u ocho kilómetros de la meta, por miedo a no poder volver antes del anochecer. Aún así, pudo visitar una aldea no muy lejos de allí, donde la situación no era tan terrible como nuestra información había sugerido. Este reconocimiento nos confirma que las condiciones de acceso son demasiado difíciles para enviar una clínica móvil allí, a menos que se lleve en helicóptero (al que no tienen acceso ni MSF ni el ejército malgache).

En Mahaly, nos encontramos con la jefa de enfermería del centro de salud. Le entregamos 40 cajas de Plumpy'Nut que se habían quedado estancadas en un pueblo más al sur debido al estado de la carretera. Con estas nuevas entregas esperamos que el dispensario pueda atender tanto a los niños y niñas del programa de nutrición, y a los que le remitimos después de nuestra hazaña.

La noche

El ambiente es tranquilo a la hora de la cena. Estamos exhaustos.

– Si el único resultado del día es que la niña que vimos con desnutrición aguda severa sea registrada, este no habrá sido un día perdido.

Asiento con la cabeza.

Continúa después de una pausa:

– Cuando estuve en la República Centroafricana tuve que hablar con una enfermera que estaba deprimida. Había llegado al punto en que solo veía lo negativo en el proyecto. Lo que no hicimos, lo que no pudimos curar. Le dije que ayudar a un solo niño ya es algo. Creo que necesitaba escuchar eso.

Luego, sin que yo sepa si todavía está hablando de la enfermera de África Central o sobre mí, agrega:

– La madre de este niño, ya sabes, no se va simplemente con comida terapéutica. Regresa a casa con un poco de esperanza, sabiendo que ella y su familia son vistos como seres humanos.

La Estación Espacial Internacional

Al final de nuestro viaje, regresamos a la base de MSF en Amboasary donde el equipo se enriquece con nuevos compañeros, que llegaron después de una larga cuarentena en la ciudad capital. Otros, como yo, se irán pronto, ya que nuestras visas están a punto de expirar.

Para el personal internacional, una misión de MSF implica vivir y trabajar con unas diez personas o más, durante un periodo de tres, seis o incluso nueve meses. Un convivencia que es a la vez un albergue español y una estadía en la Estación Espacial Internacional.

 

 

Algunos de estos colegas son profesionales humanitarios que enlazan misiones como pilotos experimentados que acumulan horas de vuelo. Son un activo valioso para el equipo. Cuando surge una pregunta o dificultad, sacan de su sombrero el recuerdo de una experiencia pasada y lo retuercen como un alambre hasta que encaja perfectamente con la situación actual.

Junto a ellos, tenemos la suerte de tener en el equipo trabajadores sanitarios malgaches cuya determinación, minuciosidad y eficiencia nunca han dejado de impresionarme durante mi tiempo aquí. Charles, uno de los enfermeros, me explica que está muy orgulloso de trabajar para MSF y así tener la oportunidad de “ayudar a su gente”. Para él y sus compañeros, también es la oportunidad de poder hacer un trabajo que les apasiona. El Ministerio de Salud de Madagascar no tiene los medios para pagar al personal de enfermería en cada dispensario y muchas de esas personas trabajan allí como voluntarias, una elección valiente pero que no les permite mantener a sus familias.

Al nuevo personal internacional, del cual yo soy uno, se les llama de "Primera misión". Para muchos, esta primera experiencia humanitaria también será la última. Las estadísticas muestran que la mayoría del personal internacional de Primera misión nunca regresa. Cada uno tienen sus razones. La espartana vida diaria en el terreno, la separación de los seres queridos y el enfrentamiento con el sufrimiento y la muerte son cosas que uno debe haber vivido para saber cómo soportarlas.

La felicidad no es una ecuación matemática

Los humanitarios son una comunidad efímera formada por personalidades extremadamente diferentes. Conocemos a antiguos exploradores y ex punks, jóvenes graduados, ingenieros y mecánicos. Todos son viajeros y han dado la vuelta al mundo. A muchos les gustan los retos y sabrán fascinarte con sus historias. ¿Qué les une? La búsqueda de sentido, el deseo de ayudar, pero a menudo también la aversión a la rutina y la misma sed de otros lugares.

"La felicidad no es una ecuación matemática", escribió Gionio. 

Por la noche en la base, cuando la luz se desvanece y las anécdotas se juntan. Son historias divertidas o dramáticas, trágicas como la vida humana, a través de las cuales todos cuentan un poco sobre sí mismos. En cuanto a mí, estoy a punto de partir para mi última semana en el terreno, en compañía de los recién llegados a quienes pasaremos la batuta.

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