Afganistán: Atención materna en Lashkar Gah

MSF apoya al hospital Boost, en Afganistán
La entrada al edificio principal del hospital Boost, apoyado por MSF. ©Oriane Zerah

Desde 2009, Médicos Sin Fronteras (MSF) apoyamos al hospital Boost, ubicado en la ciudad afgana de Lashkar Gah. En un país con una de las tasas más altas del mundo de muertes relacionadas con el embarazo y el parto, nuestro equipo trabaja arduamente para brindar a las mujeres de esta región un lugar seguro para dar a luz.  

Pero antes no era así. Desde una noche oscura en 2008 hasta el conflicto armado del año pasado, nuestro compañero Rahmatullah Ali Jani, encargado de recursos humanos, nos comparte su experiencia personal en esta entrada de blog. 

 

“Me crié cerca de la ciudad de Lashkargah, en la provincia de Helmand de Afganistán. Esta es la historia de dos viajes que hice, con un par de años de diferencia, pero estrechamente conectados. 

Es el verano de 2008. Es medianoche y me estoy quedando dormido cuando alguien toca enérgicamente la puerta.  

Mi tío está en la puerta. “Arranca el auto”, dice, “tenemos que ir a un lugar”. 

No sé a dónde nos dirigimos. Pero hago lo que dice mi tío y empiezo a conducir en la oscuridad, siguiendo sus instrucciones. 

Conducimos hasta un barrio pobre en las afueras de la ciudad y nos detenemos frente a una casa. Una mujer y un hombre nos están esperando.  

Mi tío me indica que pliegue los asientos para que la mujer pueda acostarse. Mientras la ayudan a subir a la parte trasera del auto, veo que está en las últimas etapas de su embarazo. 

Comienzo a conducir con cuidado, en la oscuridad, por caminos llenos de baches hacia el centro de la ciudad. Cruzo diferentes puntos de control y respondo diferentes preguntas. 

Una hora y media más tarde, llegamos a la entrada de un complejo hospitalario grande y oscuro. ‘¿Qué estás haciendo? ¿Por qué estás aquí? —pregunta el guardia. Le explicamos y finalmente nos hace señas para que entremos. Es difícil saber a dónde ir: no hay camino para entrar con el auto, ni luces, solo muchos árboles y ramas caídas. Eventualmente encontramos nuestro camino hacia el edificio principal del hospital.  

Un tipo con una lámpara de aceite tradicional se acerca y pregunta por qué estamos allí. Señala hacia un pasillo oscuro. No hay camilla ni silla de ruedas y nadie para ayudar. Todo alrededor es un gran silencio. Todo lo que puedes escuchar son los sonidos de la mujer que tiene mucho dolor. 

El edificio huele a heridas abiertas y alcohol. Al menos el olor es una señal de que no somos las únicas personas aquí, que hay otros pacientes detrás de las puertas cerradas. Caminamos por el pasillo en la oscuridad, presionando botones al azar en nuestro viejo teléfono analógico para obtener suficiente luz para ver un metro por delante de nosotros y evitar chocar con las paredes.  

Por fin llegamos al departamento de maternidad. Se acerca una señora, también con una lámpara de aceite, y pregunta por qué estamos aquí, así que perdemos más tiempo explicando nuevamente. Finalmente dice: ‘Espera aquí y trataré de encontrar a la partera en turno’. 

Vuelve a aparecer para decirnos que la partera no está en el hospital, pero que irá a su casa a buscarla. 

Media hora después están de vuelta. La partera nos recibe muy amablemente. Lleva a la mujer embarazada adentro. Después de diez minutos, regresa con una lista de artículos y dice: ‘En este hospital, podemos apoyar el parto, pero no tenemos medicamentos ni suministros. Tienes que comprar todo tú mismo en una farmacia. 

Entonces la señora de la lámpara nos pregunta: ‘¿Por qué la traen a este hospital y no a una clínica privada? Sabes que aquí no hay infraestructura”.  

Mi tío responde: ‘No pueden pagar una clínica privada. Por eso están aquí. 

Mi tío y yo nos subimos al auto y vamos a buscar una farmacia. Después de una hora, finalmente encontramos una que está abierta. Obtenemos todo lo que está en la lista y regresamos al hospital. 

A medida que avanza la noche, la partera necesita más suministros, por lo que tenemos que repetir este viaje un par de veces más, hasta que temprano en la mañana por fin hay buenas noticias: terminó el parto y tanto la madre como el bebé están sanos.  

No se ofrece atención postnatal, por lo que les llevamos directamente a casa. 

Dos trabajadoras de MSF caminan por el pasillo en el departamento de pacientes hospitalizados femeninos en el hospital Boost apoyado por MSF.
Dos trabajadoras de MSF caminan por el pasillo en el departamento de pacientes hospitalizados femeninos en el hospital Boost apoyado por MSF. Afganistán, enero de 2022. ©Oriane Zerah

Un par de años después, recibo una llamada telefónica similar. Pero esta vez la estoy esperando, ya que es mi tía quien está embarazada. Al igual que antes, se acerca la medianoche cuando salimos a la carretera. 

Los puestos de control todavía están allí, al igual que el camino lleno de baches, pero cuando llegamos al recinto del hospital, la puerta se abre para nosotros automáticamente y estamos manejando por un camino pavimentado, directo a la entrada principal. 

En lugar de oscuridad total, esta vez veo un enorme edificio blanco con muchas luces. Estoy sorprendido. ‘¿Estamos en el lugar correcto?’, pregunto. ‘¿Estás seguro de que este es el hospital al que queremos ir?’ 

Entramos al edificio y la gente nos da direcciones, ni siquiera tenemos que preguntar. Aparecen unas mujeres con una camilla y se llevan a mi tía adentro. Una se queda conmigo para explicarme qué sucederá a continuación, cuánto tiempo llevará, que será seguro y que no debo preocuparme.  

Para ser honesto, apenas escucho lo que dice porque estoy muy distraído con todo lo demás. Es medianoche y, sin embargo, es tan brillante como si tuviéramos la luz del día. Estoy pensando: ‘¿Qué está pasando? ¿Es este un lugar diferente? ¿Estoy en un planeta diferente? 

A mi alrededor veo carteles que indican los distintos departamentos: urgencias, laboratorio, radiología, pediatría. Es una experiencia increíble ver los cambios en el hospital, que ahora cuenta con el apoyo de MSF. 

No es coincidencia que, aproximadamente un año después de esa visita, solicité unirme a MSF como oficial de aprendizaje y desarrollo de recursos humanos: trabajo para MSF desde entonces. 

Pero mi historia no termina ahí. A fines del año pasado, hubo un cambio de poder en Lashkar Gah, por lo que hubo tiroteos, combates y cohetes en la ciudad durante diez días. 

Estaba en una misión con MSF fuera de Afganistán, pero me mantuve en contacto con colegas en la ciudad. Me dijeron: ‘Sí, hay peleas afuera del edificio del hospital, pero estamos en el sótano, todavía tratando pacientes’. 

Apenas podía creerlo, pero era cierto. 

Hoy, MSF todavía está en Lashkar Gah, en mi ciudad natal, apoyando al hospital y tratando a las y los pacientes. 

Tengo la suerte de haber visto el ‘antes’ y el ‘después’ del hospital. En mi primera visita, hace muchos años, enfrentaban desafíos para dar a luz a un bebé. Hoy, están dando a luz a más de 2,000 bebés cada mes”. 

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